inmigración. Desde el año 2000 la ONU declaró el 18 de diciembre como “El Día Internacional Del Migrante.” Con la intención de que en todos los países se tome en cuenta este fenómeno humano y se respeten los derechos de quien emigra. Ese día se organizarán diferentes eventos alrededor del mundo por organizaciones pro emigrantes, para celebrar la fecha.

 

Si nos vamos a la historia, la emigración comienza desde siempre. Para no irnos a los tiempos de Tatalapo, dirijámonos a las "adquisiciones" humanas en el tiempo de la esclavitud. Por otro lado la emigración comienza en  nuestros propios países, cuando la gente de la provincia debe abandonar sus pueblos y buscar el sustento y oportunidades en las grandes urbes. También   habemos quienes  surcamos cielos extraños buscando en horizontes lejanos  la famosa oportunidad. Los motivos que  mueven a las personas son variados,  la mayoría tienen que ver con mejores oportunidades de vida, buscar en el suelo extranjero, el sustento que no se obtuvo en su país de origen. Esa es la respuesta que da la mayoría de emigrantes, “buscar mejores oportunidades” o bien “brindar mejores oportunidades a quienes se quedaron en el país de origen”, es el caso de los padres de familia.
Para no ir tan lejos, en Centroamérica  hay un enorme ejemplo con Costa Rica y Nicaragua,  los segundos emigran por canastos a la tierra de la “Pura Vida” a realizar  el trabajo que los propios Costarricenses se niegan a hacer. Son mal remunerados y encima humillados. Lo mismo que les sucede a las y los salvadoreños que agarran camino para Guatemala.  Y así va la cadenita, porque en México ser centroamericano es sinónimo de ser asaltado, violado física y emocionalmente, es sinónimo de explotación y de muerte. Y si subimos un poquito, ya en el lodazal anglosajón, resulta que todas –os las –os latinoamericanas –os, venimos valiendo la misma vaina, aquí si hablás español, no importa tu acento,  derechito al sótano de los trabajos mal remunerados y de las tormentosas redadas migratorias –si sos indocumentada  -do-.
 
Como si no fuera suficiente dolor el dejar tu país, tus sueños, tu familia, enfrentarte a una travesía  en la que hay altas probabilidades de perder la vida,  es una pesadilla de la que no lográs despertar jamás.
Las fronteras,  hay tantas  y bien cuidadas en los países de primer  mundo.
Hoy escribo a quienes emigraron  en décadas pasadas, en busca de un exilio para salvar la vida,  a quienes regresaron y guardan la nostalgia de los tiempos en la diáspora.  Y a quienes han decidido vivir en el destierro porque ningún ser querido los espera. Muertos todos están. Hoy escribo a esas víctimas de las guerras internas, que causantes son de su desdicha migratoria.
 
No escribiré de la migrante y el migrante que sube en un avión, tiene su “visa” entra al país extraño y  va directo a la universidad a continuar sus estudios, va directo a un puesto de trabajo o a sacar su licencia  de conducir  con todas las de la ley. No, no hablaré de  aquellas o aquellos a quienes les va bien: de esas -esos que llegan a caer  parados a los puestos de trabajo , sin lucharlos, con puro trámite, que tienen carros del año y casas de tres niveles y con sótano, de enormes jardines,  y un carné para asistir al club deportivo  más popular de su comunidad.
 
Me debo a mis hermanas –os de faena,  a quienes cruzan países enteros de indocumentadas –os, que  se exponen a: torturas, asaltos sexuales, a enfrentar las travesías inimaginables, los días que son noches y las noches que no acaban nunca,  a esa rama de la emigración me debo.
 
Hoy va mi saludo a aquellas mujeres que emigran en caóticas circunstancias: que son madres de familia, tías, primas, abuelas, amigas, hermanas,   que pagan  un alto precio  por llegar a esa nación en la que sueñan encontrar un mejor porvenir sino para ellas, para quienes dejaron en sus países de origen,  a las madres que dejaron los frutos de sus entrañas con lágrimas en los ojos y la promesa de “volver pronto”, a ellas  que trabajan  de mil usos, sin documentos “legales”, sin  prestaciones laborales, a las explotadas sin remuneración efectiva. Sí, hay quienes trabajan horas extras  y no son contadas a la hora de pagar los cheques en su mayoría.
 
Hoy escribo a las niñas y niños que han logrado la proeza de cruzar fronteras,  que sobrevivieron a la bestialidad de “coyotes inconscientes”, a esas niñas que siguen siendo explotadas en plantaciones y fábricas  alrededor del mundo. A ellas y ellos saludo  hoy,  porque el color de la piel no hace diferencia, porque el idioma del amor es el único  universal y el que deberíamos de entender y “dominar” todas y todos,  porque las costumbres diferentes solamente  deberían de unificar más la hermandad.
 
Hoy le escribo a ese padre de familia que se ha perdido de ver crecer a sus hijos,  que se acompaña los sueños con fotografías: de cartas, de tarjetas, de llamadas telefónicas,  a ese padre trabajador que aun en el frío destierro, guarda en su corazón el rescoldo de una familia que espera por él en su país de origen.
 
A ese hombre que  con su trabajo y pocas horas de sueño, ha logrado sacar a su familia avante, a ese hombre que recuerda con dolor cada cumpleaños, cada fecha especial  y que la vive solo, en el sótano de alguna casa, en el apartamento compartido con un grupo de personas en su mismas circunstancias, de países distintos pero con la misma finalidad: “hacer para mandar”, “hacer dinero para mandar las remesas”.
Hoy escribo para esas familias que han sido divididas por la emigración: "por quienes se quedaron esperando el regreso y por quienes emigraron  prometiendo regresar".
 
A ellas y ellos, quienes caminan desiertos, quienes nadan ríos, quienes saltan murallas, a quienes toman una barca y se lanzan al mar bravo, sabiendo que muy probablemente morirán en el  intento. A las frías  fronteras de Francia y España, a las y los africanos que son perseguidos en ambos países por su color de piel,  que los cazan como perros y los encierran en cárceles inmundicias, durante días y noches, mientras que a ellas las abusan sexualmente y a ellos los golpean sin  piedad.
 
A quienes en el intento son secuestrados y utilizados como carnada fresca en la trata de blancas, a los que después de “saltar el cerco”  deben enfrentar la realidad cruda de la huella  que deja “un atrevimiento de esos”, no dominar el idioma, carecer de casa y trabajo y enfrentar al monstruo que se para frente a vos: “el destierro”, la tierra desconocida.
 
Llega el momento en que quien emigra se pregunta “¿qué hago aquí?” “¿en qué momento se me ocurrió emigrar?” “¿cuándo terminará esta pesadilla?”,  será asaltado día y noche por el síndrome de Ulises, la nostalgia no lo abandonará, llorará mares, se formulará una  y mil preguntas a las que no les encontrará respuesta, trabajará como máquina, robotizada, irá del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, no se atreverá a salir ni a la tienda, porque el temor de la deportación será su sombra.
 
En el destierro  conocerá sus miedos y los enfrentará, se volverá vulnerable y también se fortificará, en la lejana diáspora crecerá, botará el lastre,  y extenderá las alas, lentamente al principio: con dolor para luego, verlas fuertes y rollizas,  será entonces que se atreva a levantar el vuelo, que caminará pasos firmes, que confiará en sus instintos, que llorará de alegría, de aquellos pequeños triunfos: cuando logre escribir una palabra en ese idioma del demonio que  se habla en ese país, cuando logre entender la letra de una canción, y cuando aborde el autobús y ya no se pierda al bajarse en la estación, cuando se trepe a los trenes y tras la ventana se escurra un ocaso  cobrizo con la esperanza de un mañana mejor.
Poco a poco conocerá personas y estrecharán los lazos, nacerán amistades. Una nueva ilusión.
 
En el exilio morirán seres queridos y no podrá despedirlos, nacerán otros y los verá crecer a distancia, se perderá abrazos, fotos, comidas, llantos, suspiros,  y se los imaginará desde la esquina de la habitación, desde   la casa en donde trabaja de constructor, desde el jardín  en donde está cortando la grama  encaramado en una enorme máquina, se imaginará las sonrisas, desde la cocina en donde lava los platos, en un restaurante. Y deseará viajar, abordar el primer avión y correr al nido, llorar de alegría al pisar tierra conocida, pero no lo hará, porque es más importante que el dolor, que el amor y  la nostalgia: “la remesa mensual”.
 
Vaya fecha que  ha buscado la ONU para tal celebración,  inicio de las posadas, del frío –del verano en otros- invierno,  de chiflones,  de ponches, de pino, de manzanilla, de aserrín, de unidad, de familia, de abrazos, de convivencia, de besos y caricias.  ¿Cuántos migrantes del occidente de Guatemala estarán esta noche durmiendo en las galeras del algún ingenio azucarero del sur del país? ¿Cuántos de ellos  tendrán accidentes mientras cortan la caña quemada? ¿cuántos serán atendidos por un doctor? Probablemente ninguno, porque son contratados por temporadas,  por la corta de la cosecha, carecen de prestaciones laborales, les pagan por día.
 
¿Cuántos migrantes estarán esta noche cruzando fronteras? Corriendo, siendo perseguidos por policías, coyotes y asaltantes.  ¿Cuántas mujeres estarán siendo abusadas sexualmente en las cárceles  en las fronteras? ¿A cuántas de ellas las contagiarán de alguna enfermedad? ¿Cuántas habrán procreado en tales circunstancias?  Las sacarán en una patrulla, pasada una semana y las lanzarán como bolsas de basura, sin detener el motor,  las que tengan fuerzas correrán, las que no, pasarán a una segunda vuelta con los policías del turno entrante y así hasta que el Dios Creador del Universo, las libere: del peso de la carne o las rescaten de aquellas garras para que continúen su camino.
 
¿Cuántos estarán muriendo  de hambre esta noche, en alguna balsa, en algún lugar del inmenso mar? ¿Cuántos se ahogarán en los ríos? ¿A cuántos secuestrarán y sus ojos no volverán a ver la luz del día? ¿Cuántas vidas se apagarán  hoy “en el intento”?
 
¿Cuántas -os de nosotros nos mostramos apáticas -os, ante quien  ha emigrado a nuestra tierra? Los tratamos de forasteros, de extranjeros,  los acusamos de ser quienes nos quitan las oportunidades de trabajo, los ignoramos, ignoramos a sus hijos.  ¿Por qué no los invitamos a  convidar? ¿ A que conozcan nuestras costumbres mientras nosotros conocemos las de ellos? ¿Por qué no les damos la mano?¿Ofrecemos apoyo? ¿Con el idioma por ejemplo? ¿Con una dirección, el número de bus? ¿Un empleo? ¿Una libra de arroz, de azúcar?
En esta vida todas y todos somos caminantes, en algún lugar del recorrido nos tocará tomar la vereda, y allí habrá alguien que seguramente  nos tenderá la mano.
 
Hoy una migrante escribe: que ha llorado, que ha “saltado cercos” que ha lavado platos, trapeado pisos y lavado inodoros, arrullado niños,  servido cenas. Que ha pasado noches en vela queriendo borrar de su cabeza lo que sus ojos han visto y lo que su oídos han escuchado. Una migrante que crece en el exilio,  una migrante que ama, que sueña, que respira, que está aprendiendo a honrar la vida. Una migrante que de cuando en cuando es asaltada por la nostalgia, que ríe al recordar y llorar al imaginar, aquel pedazo de tierra que dejó un día,  y a la que ha de volver, tarde o temprano. Con experiencia, con heridas curadas y con otras nuevas, con alas fuertes que asaltarán el horizonte rojizo de las tardes guatemaltecas.
 
Hoy escribí para vos, que sos emigrante, que respirás en otro suelo, que tus ojos ven otro cielo y tus pies caminan tierras extrañas, hoy escribí para vos, que soñás volver al nido, abrazar a los tuyos y recuperar el tiempo perdido,  hoy escribí para vos,  y para ellas y ellos, quienes:”murieron en el intento”.
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