Alabanza a la mujer. “Mujer ejemplar no es fácil hallarla, ¡vale más que piedras preciosas!” (Prov. 31, 10)

 

Hay muchos momentos en los cuales, luego de haber ofendido a Dios de alguna manera, me siento indigna de Él. Muchas veces me he llegado a preguntar si realmente soy merecedora de su amor y misericordia. Es en esos momentos cuando no alcanzo a comprender cómo Él a pesar de mis pecados puede seguir amándome intensamente.

 

El amor de Dios no tiene comparación, es más grande que todo, lo abarca y lo envuelve todo; pero si en algún momento hay algo que se pueda comparar con el amor de Dios, estoy segura que sólo podría ser el amor de una madre.

 

Numerosas veces he herido el corazón de mi madre con malas respuestas, gritos y desobediencia. No soy una hija ejemplar pero mi madre es una madre ejemplar: siempre dispuesta a perdonar, a tender sus brazos a la hija que busca consejo o consuelo; siempre dispuesta a arrullar a su niñita -que aunque la supere por mucho en estatura- si ella pudiese, aún la cargaría en brazos.

 

Los últimos 21 versículos de Proverbios conforman un hermoso texto que se titula “Alabanzas a la mujer ejemplar”; al leerlo sólo viene a mi mente la imagen de todas esas mujeres y madres ejemplares que conozco, que en caso de ser necesario, están dispuestas a dar la vida por sus tesoros más preciados: sus hijos.

 

Miro a mi madre y me cuestiono si algún día podré ser como ella: lograr descubrir los secretos de la preparación de un buen plato de sopa, el placer de poner cortinas nuevas en la sala, dar trato preferencial a los cacharros más viejos de la cocina sólo porque tienen “valor sentimental”; pero sobre todo, lograr olvidarme de mí misma para tener un corazón siempre dispuesto a perdonar aún la mayor ofensa.

 

Mi abuela paterna, luego de convertirse en madre soltera tras su divorcio, trabajó durante casi diez años en el turno de madrugada en una fábrica de hilos para brindar estudio y alimento a sus siete hijos. Mi abuela materna tuvo que crecer a diez hijos y, en el campo, la vida nunca ha sido nada fácil; tuvo que “rebuscarse” por la forma de aportar económicamente al hogar: desde vender tortillas hasta criar gallinas y cortar caña.

Y así, si hago un recorrido comenzando por la vida de las madres que hay en mi familia y terminando por las historias de las madrecitas de mis amigos más cercanos, me doy cuenta que estoy rodeada de mujeres increíbles, madres fuertes, valientes y luchadoras, cuyas vidas me plantean el reto de que he de llegar a convertirme en una mujer como todas ellas, porque se los debo.

 

No sé si Dios tenga planeada para mí la bendición de formar un hogar. Si es así, le ruego que me permita estar algún día a la altura de las mujeres tan grandiosas que conozco y, sobre todo, a la altura del ejemplo de madre y de mujer que veo en mi mamá.

 

Con orgullo sé que ese versículo de proverbios es para mi madre y con honores se lo recito a ella y a todas esas madres asombrosas que conozco: “Mujeres buenas hay muchas, pero tú eres la mejor de todas”.

 

Repito: no soy una hija ejemplar, pero mi mamá sí es una madre ejemplar y agradezco a Dios que en su misericordia me permite conocer cuán grande es su corazón a través del corazón de mi viejita.

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