Fotografía de: Sebastian Criado. Flickr Free. "¡Si yo hubiera estado con Jesús…! Yo no le habría condenado. Yo no hubiera sido tan cruel como los que le acusaban, yo no hubiera pedido Su crucifixión, yo no le hubiera dado la espalda… Si hubiera podido acompañarlo en Su Pasión, si yo hubiera estado allí…!"
Cuántos de nosotros hemos llegado a pensar esto alguna vez, creyendo que seríamos distintos si hubiéramos estado en el Calvario, aquel primer Viernes Santo.
Pues para todos nosotros, tengo una gran noticia: ¡hemos estado en el Calvario! Y no una, sino infinidad de veces. Cada vez que asistimos a misa, somos testigos de Jesús clavado en la Cruz. Pero no por los crucifijos, sino por la presencia viva de Jesús en la Eucaristía. Cada vez que el sacerdote toma entre sus manos el pan y lo consagra, el Calvario se vuelve a hacer presente ante nosotros. ¡Estamos allí, en el Gólgota con Jesús! Estamos siendo testigos de Su crucifixión. Cuando la hostia se parte, estamos viendo cómo su cuerpo se resquebraja, para dársenos como alimento. En la consagración, Dios envía Su Espíritu Santo para que el pan y el vino se transformen en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? ¿Nos impacta saber que estamos presenciando la muerte de Jesús? ¿Nos inclinamos con todo nuestro ser ante un Dios muriendo y haciéndose pan por nosotros? Tal vez hasta ahora, no hemos estado del todo enterados. Pues es hora de enterarse.
Es hora de asistir a misa con devoción, agradecimiento, reverencia, respeto, modestia y recogimiento, con veneración, con actitud de adoración. Que queden afuera del templo los chicles, los chismes, las malas caras, la curiosidad malsana, el irrespeto, los gestos de desaprobación, las gaseosas, la comida -antes de comulgar se guarda al menos una hora de ayuno eucarístico- y las vestimentas inapropiadas; que no parezca que vamos al puerto o al estadio. Todo eso es como haber presenciado la muerte de Jesús y condenarle o permanecer indiferente. Estamos asistiendo al sacrificio de Cristo. Vamos a agradecerle que se haya querido quedar con nosotros. Y participamos de este misterio actualizándolo para hacerlo vida al salir. ¡Estamos en el Calvario, hermanos! ¡Que nos impacte al menos una minúscula fibra del corazón!
Que sea nuestro propósito de ahora en adelante ser una comunidad ejemplar por la seriedad con que tomamos la Eucaristía. Y qué mejor momento para hacer este buen propósito que este mes Eucarístico: el mes en el que celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo y al Corazón de Jesús.
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