Cero miedo. Costa Rica. He pasado un fin de semana acompañando a los jóvenes en dos hermosas experiencias nuevas y renovadoras. Cuando la pastoral del colegio se encuentra en un stand by debido a las vacaciones de quince días y tomamos tiempo para leer, estudiar, programar y descansar, los jóvenes me toman de la mano para acompañarlos en dos actividades anuales conjuntadas esta vez en un fin de semana.

A la fiesta del año de la pastoral juvenil de la Iglesia Católica en Costa Rica le llaman: Día Nacional de la Juventud. Al estilo de las jornadas mundiales alrededor del Santo Padre, los jóvenes se reúnen con sus obispos, párrocos y asistentes pastoralistas para vivir una jornada de intensa emoción juvenil y evangelizadora. Este año la cifra ascendió a 14,000 según cálculos de la organización.

Acompañado de los chicos y chicas del Movimiento Juvenil Salesiano nacional se me quitó el miedo de saltar y bailar al ritmo de la música, los gritos y las porras más creativas. Muchas camisetas diseñadas por los mismos grupos juveniles, colores que expresan la identidad de grupo, parroquia y diócesis, pancartas y mantas llenas de expresión juvenil, todo evocaba alegría que provocaba al más frío. Frío es Cartago y, a pesar de eso, no hubo chubasco o bruma que opacara el sentido de la fiesta. Grupos musicales animaron el momento. Se vitoreaba un grito: ¡Cero miedo! Esa fue la frase con que los organizadores diocesanos habían concentrado a esa masa y que me hacía recordar que la nueva evangelización estaba sedienta de nuevo ardor, métodos y expresiones, y eso estaba sintiendo en aquel clima joven cristiano.

Ansiaba escuchar al que presidiría la celebración eucarística, el cardenal Oscar Andrés Rodríguez, invitado especial para esta celebración. Presidiría la misa, pero estaba seguro de que su mensaje me traería a mí y a todos un acento particular. Así fue. Nos recordó el sentido cristiano del encuentro con Jesucristo, comparándolo a un dirigente en medio de una partida deportiva. Y aun cuando los jóvenes descubrirán siempre las sombras que se posan sobre su realidad y tiendan a oscurecer su existencia, tendrán que ser valientes, porque en sus manos está la herencia de esta sociedad, de la Iglesia misma, de la fe cristiana.

Sin abandonar la emoción sabatina, me adentré en la novedad dominical. A buena mañana di la bienvenida a los jóvenes del Camino Neocatecumenal de Costa Rica que realizarían un encuentro en las instalaciones de CEDES Don Bosco. Estos fueron 3,800. Hacían falta muy pocos minutos para las 9 de la mañana que era la hora indicada para comenzar, me trasladé al gimnasio y encontré a los organizadores anhelantes de recibir a sus destinatarios.

Los buses comenzaron a llenar la calle interior de nuestro colegio. Cientos de jóvenes cansados de realizar un trabajo evangelizador que les prepararía para esta actividad iban bajando por comunidades y ocupando cada rincón del recinto para ellos preparado. He dicho cada rincón porque literalmente pasadas las 10 de la mañana en esa enorme estructura no cabía una silla más.

Comenzaron con el rezo de laudes, inauguradas por un mensaje del Nuncio Apostólico Nguyen Van Tot, y que se extendieron a lo largo de dos horas en medio de cantos, motivaciones y catequesis. Finalmente se invocó al Espíritu Santo para pedir que inquietara el corazón de muchos chicos y chicas de los ahí reunidos y pudieran dilatar los ánimos que les habían de llevar a caminar por las comunidades y pueblos de Costa Rica anunciando el Kerygma, a dedicar toda su vida para el Señor. Y así en medio de la emoción fueron tomando valor. Se pusieron de pie 87 varones y 64 mujeres con inquietud vocacional por la vida sacerdotal, misionera o religiosa.

Por la tarde, después del almuerzo, la danza y el canto recrearon el patio salesiano pero al estilo del Camino. Dialogué con algunos de nuestros alumnos que participaban en la actividad mostrándose impresionados por tan hermosa propuesta celebrativa.

Por la tarde, el arzobispo de San José presidió la Eucaristía solemne dominical, admirable, porque, en medio de la cadencia litúrgica propia de estas comunidades, todos se involucraron con atención y participación activa.

Dos baños de multitudes recibí entonces este fin de semana. Ambas valiosas por el significado que como salesiano puedo sentir en mi propio itinerario de vuelta a Don Bosco y a los jóvenes, pero también significativos para la Iglesia, necesitada hoy y siempre de buenas noticias.

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