Familia Orsenigo “Y aunque en estos tiempos lo del matrimonio hasta suena viejo y anticuado, me ilusiona ser una pieza de museo y poder sentir cada día en mi dedo el anillo que me une a ti…” (Marcos Vidal)

La canción Uña y carne relata perfectamente el amor de la pareja, un amor que complementa uno al otro y que, a pesar de que podrían estar en distintos lugares, han decido estar juntos. Esa frase nos hace reflexionar en que poco a poco la sociedad está haciendo que el matrimonio también sea desechable.

Mis padres, que siempre han sido mi modelo a seguir, el 31 de julio cumplieron 41 años de casados, demostrándome una vez más que, cuando Dios está en el centro, todo es posible.

Llevo dos años de casada y sueño el día en que llegue a tener la misma cantidad de años que mis padres, y espero estar tan unida a mi esposo como veo unidos a mi papa y mi mamá. 

Ha habido dificultades, y agradezco a mis padres que nunca me di cuenta de eso. Mis papás siempre tuvieron el cuidado de no dejar mostrar sus problemas y preocupaciones. Obviamente, al ser mayores, nos damos cuenta de ciertos roces o problemas económicos, laborales o preocupaciones de salud. Pero jamás escuché a mi papá levantarle la voz a mi mamá y viceversa. Siempre veía que, a pesar de los problemas y dificultades, ellos siempre se comunicaban y se respetaban.  Me encanta eso.

De los consejos que me ofrecieron mis padres al casarme, guardo en mi corazón este: Hija, oren juntos, recen y pidan juntos. Hasta hoy trato de cumplirlo porque, si esa es la formula secreta para vivir 41 años y ser feliz, no debo dudar en cumplirlo.

En confesión, ellos me contaron que, al principio, oraban juntos hincados al pie de la cama. Hoy, ya mayores, se sientan juntos en la cama y oran. Cada mañana que los veo juntos doy gracias a Dios.

Mi madre es mi ejemplo de mujer, esposa, madre y profesional. Todavía ella se pregunta cómo pudo hacerlo. Todavía tengo en mi mente a mi mamá sentada en el suelo jugando conmigo.  Mi papá no era  el simple  proveedor de la casa. Trabajaba duro, pero fue y es padre. Cuando éramos pequeños, se preocupaba por nuestros estudios, nos acompañaba en las actividades del colegio. Cómo me emocionaba cuando lo veía llegar a la cancha del gimnasio para verme jugar. Ahora espera que le hablemos y le platiquemos nuestras dudas y dificultades.

El matrimonio es una aventura a la cual no todos estamos llamados. Como en toda aventura, debemos saber escoger bien a nuestro compañero o compañera de viaje. Lamentablemente, cuando se entra a la aventura y a pesar de ser la persona adecuada, en la primera dificultad se empieza a dudar. Siento mucha pena por aquellos que se casan pensando: “Si no funciona, me divorcio”.

El matrimonio exige constancia, amor, comunicación, entrega y una alta dosis de servicio. Cada uno sirve al otro. Sin meterme al problema machista o feminista, no hay nadie superior a nadie. Hombre y mujer son iguales y por lo tanto deben amarse, servirse y protegerse entre sí. No hay espacio para un tercero.

¿Qué me han enseñado mis padres? Llevar adelante una familia de cuatro hijos, comunicarse como pareja, orar juntos y saber que la aventura es muy divertida y que habrá muchas pruebas, pero que, si hay amor y Dios está en el centro, todo es posible. El matrimonio no es para el rato… es para toda la vida.

El coro de la canción de Marcos Vidal dice: Porque no somos dos, somos uno para siempre sin temor de fallar, simplemente inseparables como el fuego y el volcán, como el hierro y el imán como nube y monte, bosque y gavilán, como el mar con el delfín, como Winnie Pooh y Robin, como el sol bajo el cielo de Madrid…

Yo le cambiaría una parte: como el sol bajo el cielo de El Salvador… Durante 41 años ellos han estado juntos disfrutando muchos atardeceres. Sé que seguirán así, hasta que un día, juntos, vean su último atardecer.

Mariangela Orsenigo

 

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