Niños de Oratorio San Luís Gonzaga. El Salvador. Descubrir la oportunidad de la experiencia del Oratorio es hallar vida. Pasar esa puertecita, entrar a ese campo tan atractivo en su ambiente, cambia automáticamente a las personas. Algunos lo repelen, otros han llegado para quedarse. Pero ninguno de los o las que entran sale igual, aunque no lo quieran, o no lo tengamos planeado. La presencia de jóvenes, en medio de jóvenes, que viven la alegría desde el corazón transforma.

He podido contemplar a varios muchachos desde hace cuatro años. Algunos molestones, traviesos.  Otros jóvenes que en su adolescencia presentaron cuadros interesantes o chistosos, familias que se han formado ahí mismo y a padres de familia que comparten domingo a domingo la experiencia con sus hijos.

Estos últimos domingos me he sorprendido con detalles impresionantemente de Dios, que quiero compartir. El ser salesiano me ha abierto la puerta sin merecerlo a corazones hermosos. Vidas amantes y amables, dispuestas a darse sin medida, a desarrollarse apenas alguien les invite a hacerlo. Tal vez diría esto ha sido el mayor don: poder ser la mano que despierta a quienes parecen dormidos. No digo todos santos, pero si casi todos vivos.

Hace varios años una niña era tan simpática como tremenda. Todos la conocíamos porque con su corta edad lograba ser tan creativa en sus travesuras que mejor era disfrutarlas antes que detenerlas. Un par de veces hubo que bajarla del techo, otra vez pedirle que se saliera de la radio. Una vez logró con dulces palabras que la invitara a una granizada: “padre, me invita a una granizada y punto”. Ella, con su hermano, eran indescriptibles.

Un domingo nos sorprendieron con la noticia de que la niña se había mudado entre semana. Difícil fue asimilarlo, y más me imagino para ella. Pero hace dos domingos, después de varios años, me sorprendió una voz siempre imperdible: “Giuseppe”. Volví a ver de dónde venía y con un rostro tímido, medio escondido y con una sonrisa aguardando, era Clarita. Más grande, más callada y más tranquila, pero Clarita. Que alegría sentí realmente al verla volver. Sigue viviendo lejos, pero ahora, con su hermano, buscan la manera de venirse por su cuenta cada domingo. ¿Por qué habrá vuelto? ¿Qué habrá encontrado?

Otro caso es el del simpático Geovanni. Nada niño, todo un joven adulto, grande, mayor que los mismos jugadores, que llega normalmente por la tarde. Su entrada es triunfal y siempre escandalosa: “Padre ya llegué” gritó ayer. Su barba con un remolino hecho a mano, en sus oídos dos audífonos casi totalmente adheridos y su camisa clásica de los rojos. Grande, pesado y jocoso.

Giovanni cuenta con gusto y orgulloso la razón por la que ya no juega: en medio partido le pegó a un árbitro. La sanción: no volver a jugar más. Pero nunca la puerta cerrada. Él lo sabe, lo acepta y lo goza. Cualquiera diría, por su sola presencia, “tené cuidado cuando le hablés”. Pero darle la mano, recibir su mirada desafiante y responderle con un saludo honesto, abre la mente al encuentro. “Qué onda padre” en un tono alegre, es su saludo más conocido.

Este nuestro cuate ha sido serio. No falta cuando hay problemas. Si hay alguno que se quiere pegar, ahí está supervisando. Si hay un partido duro, ahí está gritando. Si hay alguno que viene de goma, ahí está él contando la fiesta. No pierde detalle y no debemos perder detalle nosotros de él. No hacen falta sus gestos muchas veces subidos de tono cuando hay bronca, y no hace falta nunca su carcajada cuando se acaba. Sea lo que sea que haya cada domingo, él lo disfruta.

Un domingo, luego de ausentarnos los salesianos por algunas jornadas, él llegó a buscarme. Su rostro estaba un tanto más serio y el tono de su voz lo confirmó. Venía indignado, molesto y a poner queja. Resulta que la semana pasada hubo un partido que terminó suspendido por problemas en el campo y por exagerados insultos al árbitro. Al menos, así contaba. Pero su cólera era: “padre, estos patojos por qué no agarran la onda, ¿cómo les explicamos cómo se juega en el Oratorio?” ¿Qué quiso decirnos Giovanni? ¿Qué descubrió en el Oratorio para su realidad?

Este mismo domingo me senté antes de comenzar la jornada vespertina en la banca que está más cercana a la puerta. Entre comenzar y esperar a que bajara el almuerzo, aproveché a “ver el panorama” y se sentó Margarita, una joven, a la par mía. Es algo chistoso pero a los niños les da mucha curiosidad verme los “brazos tan peludos”. Y en lo que examinaba la extraña composición de mi antebrazo, me comentó que estaba castigada por su mamá.

Aprovechando la ocasión, iniciamos un pequeño diálogo. ¿Qué pasaba? ¿Por qué la castigaron? Ella no lograba contarme una ocasión en concreto. Parece que algunas discusiones con su hermana habían sido la razón, pero quedé frío cuando vi una lágrima redondear su mejilla. ¿Qué dolor podría estar sintiendo? ¿Cómo aclarar algo que está tan confuso? Y fue tiempo record, entre sentarnos, platicar y verla expresar tal sentimiento. Habrán pasado unos cinco minutos, si mucho. ¿Y de qué cuenta? ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué en el Oratorio?

Hay un muchacho también que realmente ha sido detalle de cada domingo. Llega con pantalón formal, camisa de botones y puntual a la Eucaristía. En la homilía responde a todas las preguntas y en la misa canta cada canción. Está atento a la catequesis y a la hora del partido, con su uniforme puesto, espera al segundo tiempo, para que jueguen los buenos de primero. Nada hay en el día que pueda quitarle la alegría. La vez pasada llevaba con fuerza la pelota de fut en los pies, no en el partido. Tratando de jugar, me paré enfrente y de una carambola me hizo un “hoyito”. Sonreí por la ingenuidad, pero cuál fue mi sorpresa de escuchar la alegría de su risa detrás de mí.

Sus ojos no tienen la capacidad de la de muchos de nosotros. No se bien qué es lo que padece, pero sus lentes son gruesos. Y me dice: “Todos los días leo la Biblia”. Se acerca bastante el librito de cantos para poder seguir la letra y se nota el esfuerzo que hace cuando por ratos se tiene que quitar sus anteojos. Y no pierde ningún detalle: desde lo que se hace hasta lo que se dice, lo guarda como propio. Sin mentirles, recita la homilía del padre y la catequesis después de que terminen. Le pregunto intencionalmente para dejarme sorprender. Cualquiera diría que es un chico con dificultades más serias. Es cierto. Pero todos sabemos que Emerson ve el Oratorio de otra forma. ¿Qué es lo que ve Emerson cada domingo? ¿Qué le hace tan feliz en el Oratorio?

Podría narrar en varios párrafos la experiencia de muchos muchachos y quisiera hacerlo, pero no quiero quitarles la sorpresa. Vivir el Oratorio es descifrar cómo misteriosamente, después de pensar toda la semana en la catequesis, la comida y los partidos, el domingo te deja a una persona nueva en mente y en el corazón. Todo se hizo, pero todo se transformó con un nombre, con una historia. Don Bosco no se imaginó lo que haríamos nosotros hoy. Nosotros mismos no lo pensamos. Pero Dios lo tiene todo al tanto, nos tiene como enamorados. Ahora mientras escribo esto pienso en los catequistas, en los bienhechores, en las familias colaboradoras. Y veo nuevamente los rostros del chepito, la Juana, Nahomi, Alejandro y su hermano, Bryan y sus hermanitas, etc. Y todos proclaman a Dios con su sonrisa.

Es de verdad impresionante: ¿Han visto sholco a Dios? ¿Lo han descubierto con un pedazo de pan en la mano y el otro en la boca, sonriéndote? ¿Han escuchado su risa? ¿O visto sus ojos desafiantes por una carrera en pleno pasillo en limpieza? Lo disfruto cada domingo. Con aretes y relojes flamantes, con fachas y malos olores. Ahí está, esperándonos. A veces cree que uno es el que lleva a Dios a estos lugares, cuando son estos lugares los que nos llenan verdaderamente de Él. Es cierto, va con nosotros, pero nos espera en ellos. Al final de cuentas Dios es relación, porque en donde estemos dos o más reunidos en su nombre, ahí se hace presente.

¿Qué es el Oratorio? Para mí, el hogar de Dios. ¿No me creen? “Vengan y vean”. Les va a encantar…

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