María madre de Dios. Además de la lluvia que esperamos de mayo, nuestro corazón recuerda un mes particularmente salesiano: el mes dedicado a María. Y para nosotros coincide culturalmente con la celebración a nuestra madre: mejor, imposible.

El amor que Don Bosco profesaba por la Virgen no fue una simple devoción. Desde pequeño, en casa, su madre le enseñó a saludarla tres veces al día. Y cuando mejor comenzaba a comprender esta oración, en sueños Jesús mismo le encomendó seguirla como Maestra en su vida. El nombre de aquel majestuoso personaje y su misión debía aprenderlos de aquella bella Señora, radiante por el amor de Dios.

Fruto de aquel sueño, los salesianos sabemos que María indicó la misión a Don Bosco, le ayudó y lo sostuvo en su realización. Una presencia constante no solo en los milagros constatados por los muchachos del Oratorio, sino en los sueños de nuestro santo, en sus oraciones y en aquella confesión conmovedora, entre lágrimas, que Don Bosco hace ante el altar: “Ella lo ha hecho todo”.

Para nosotros hoy, como Iglesia, comunidad y familia, María sigue siendo la Estrella de la Evangelización, Auxiliadora de nosotros cristianos. ¿Cómo? Sencillo: ella puede contarnos qué significa contemplar y cuidar a Jesús en el hogar. De tantas personas que narran los Evangelios, es María la que más tiempo convivió con nuestro Jesús: lo vio nacer, lo cuidó de bebé, contempló sus primeros pasos, y escuchó desde la primera hasta la última palabra de su hijo amado. “Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres”. ( Lc 2, 51-52)

Nuestra devoción a María, nuestra fiesta en su nombre, ha de traducirse en obras y en imitación. Contemplar a María es aprender a contemplar a Jesús. Vivir con ella es aprender a vivir para Jesús, escucharlo, atenderlo y mimarlo en casa. Si bien nuestro interior se goza en la presencia de nuestra Madre, sabemos que nuestra vida así está totalmente enfocada en Jesús.

Ser profundamente marianos significa escuchar a Jesús. Atender su Palabra, buscarlo en el templo, acercarse en la oración por los demás, seguirlo aún sin comprender todas sus acciones y confiar, al pie de la cruz, que habiendo dado nuestro ‘sí’ al Señor, Él realizará su obra de amor en nuestra vida. Al final de cuentas, María, con su vida, lo que hace es “proclamar la grandeza de Dios, porque ha mirado la humildad de su sierva” (cfr. Lc 1, 46-47).

“Está bien hablar de sus privilegios, pero, antes de nada, es necesario que se la pueda imitar. Ella prefiere la imitación a la admiración, y su vida fue muy sencilla. Sabemos muy bien que la Santísima Virgen es Reina del cielo y de la tierra, pero es más Madre que Reina”

Teresa de Lisieux

Compartir