Profundidad y autenticidad manifiestan una vida asumida y controlada por la libertad. La palabra profundidad, referida a las personas, suena al oído como el camino para adentrarse en la propia vida interior, allá donde solamente uno mismo puede llegar a sumergirse.

Profundidad implica excavar en la espiritualidad e intimidad de nosotros mismos, en la privacidad de nuestras almas, no para curiosear, sino más bien para forjar una personalidad sólida y de virtud. De la misma manera que los buenos edificios y los enormes árboles, entre más alto pretenden llegar, más profundas y fuertes deben ser sus bases y raíces.

La superficialidad, que es todo lo contrario a la profundidad, produce en las personas fragilidad, vulnerabilidad y caídas dolorosas. Esta es la herencia de un siglo XX, un siglo que estuvo basado en las teorías materialistas que dejaron a Dios de lado y contaminaron a los ciudadanos , convirtiendo a grandes masas sociales en personas vacías, que pretenden llenar su interioridad con “cualquier  cosa” barata, llámese licor, droga, erotismo, etc.

Entre más profundo interioricemos en nuestra propia existencia y realidad, más podemos ir descubriendo la grandeza de nuestra vida. “Somos imagen y semejanza de Dios”. Esto nos permite alcanzar niveles de profundidad y posibilidades que solamente se adquieren con la virtud de la hondura espiritual. Luego surgirá la autenticidad, que nos proyectará  como personas legítimas, sostenidas por la fortaleza de la verdad.

Nuevamente surge la antítesis de lo virtuoso. En este caso, lo opuesto diametralmente a la autenticidad es la falsedad. Esta es la máscara decorativa, el maquillaje de una vida débil. Tras el fracaso cultural de las modas y las corrientes light, las personas esconden su debilidad y agotamiento tras la cortina de humo de la apariencia. La cual denota un vacío existencial que se traduce como sed de algo. Ese algo es Dios, pero resulta inalcanzable para quien ha perdido el sentido de la existencia y se disfraza cobardemente en los ropajes del escapismo.

Profundidad y autenticidad manifiestan una vida asumida y controlada por la libertad. Esta a su vez es el resultado de la vivir la propia existencia con la verdad. Al contrario, superficialidad y falsedad son producto del miedo y la mentira. Las primeras son el regalo de los que se comprometen, las segundas son el bajo premio de los cómodos. Las primeras son conocidas por los cristianos, las segundas por los que no han tenido un encuentro personal con Dios.   

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