Cristian Adolfo López de León, exalumno salesiano de Guatemala y ahora, misionero salesiano en Mongolia. “¿Qué querés que te regale cuando seas grande?” me preguntó mi mamá una tarde. Yo, con menos de diez años y sin dudar ni un segundo, le respondí, “un Todoterreno para poder andar en las montañas ayudando a los que lo necesitan.” Mi mamá me vio sorprendida y guardó esta respuesta en su corazón. Años después, ella es la única testigo de tal hecho y ahora que me lo cuenta solo confío en sus palabras, pero es tal vez este el punto de partida para lo que se convertirá en “una vocación dentro de la vocación” como le suelen llamar. Yo no lo creería tanto, no me gustan esos carros.

Soy de Salcajá, un pequeño pedazo de cielo del occidente de mi país, bautizado en la parroquia salesiana de San Nicolás, exalumno salesiano del Liceo Guatemala (que ahora solo vive en mis recuerdos) y estudiante por 3 años de la carrera de medicina en la Universidad Mesoamericana (también salesiana); todo en Quetzaltenango.

No hay duda de que desde el vientre de mi madre fui llamado para conocer a Jesús por Don Bosco. Luego de una larga aventura vocacional digna de telenovela, ingresé al aspirantado en el año 2014 iniciando por la Parroquia María Auxiliadora en Comayagüela, Honduras y pasando por todos los años de formación inicial hasta llegar al punto en el que me encuentro: en la tierra de Juanito Bosco preparándome para partir a Asia.

Con sus altos y sus bajos, el camino vocacional me ha dado las crisis más fuertes que he tenido jamás, sin embargo, las alegrías más plenas de un corazón que se va transformando ante el amor de Dios para ser un religioso salesiano abierto a lo que la voluntad divina pida.

¿Cuándo decido ser misionero? No podría definir un instante específico, más bien, pequeños momentos que me indicaban el camino. Todo empieza en mi experiencia de 6 meses en la Parroquia de San Benito, Petén en el 2016 donde en el punto más bajo de mi proceso conocí la felicidad de la misión, la alegría juvenil y la sed por la presencia de Dios entre el pueblo; el testimonio de tantos misioneros que he conocido, salesianos convencidos de su vocación y que sus obras hablan más que la mejor homilía de domingo; la apertura a mis superiores y su disponibilidad para indicarme y guiarme la vía indicada en los momentos justos; constante oración, el motor de esta gran obra; plena confianza en María Auxiliadora, con quien conocí qué son los milagros... En fin, Dios nos habla, simplemente debemos hacer silencio y saberle escuchar. Él siempre nos llama a darlo todo en su amor, solo espera y confía.

Al enviar mi carta de petición para ser misionero en el 2020, se me envía a mis dos años de tirocinio a lugares que me moldearon para animarme por completo: la comunidad salesiana en Masaya, Nicaragua y el Noviciado “Sagrado Corazón de Jesús” como asistente de novicios en Coacalco, México.

Entre miedos y confrontaciones, escucha y acompañamiento a los encomendados, al fin recibo la noticia que tanto esperaba: ¡partir a la joven misión salesiana entre los mongoles! Una pequeña delegación conformada por 9 salesianos, 2 comunidades y 1400. Eso es todo. Entre climas extremos (menos 50 grados en el invierno) y nómadas que se mueven por todo el territorio, se me envía para formar parte de una nueva cultura, un nuevo idioma, un nuevo todo, pero, lo más importante, ser un signo de amor para los jóvenes y para una Iglesia que lleva solo 30 años de presencia entre budistas y ateos.

En mi corazón solo experimento alegría y agradecimiento por este regalo incomparable y por todos aquellos que, con su guía, oración, cariño, amistad... (y sí, ¡me refiero a todos!) me acompañan y animan en esta gran aventura que Dios pone en mi corazón. Marcho confiando, abandonándome en Él para comunicarlo con entusiasmo en el ser salesiano en todas las partes del mundo, sin excepción.

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