Un cumpleaños más. El deber sobre el placer. Mi plan de visitas a las comunidades salesianas de Centro América se sobrepuso cruelmente a mi fecha de cumpleaños. Pero el deber es el deber y me resigné a perder la fiestecilla en mi comunidad y las felicitaciones de mis amigos de El Salvador.

Y así el deber me llevó a Nicaragua, resignándome a celebrar mi natalicio en el secreto de mi corazón. Pero en el mundo de la información instantánea las cosas funcionan de forma insospechada.

Primera sorpresa. Empecé el día histórico celebrando la misa en una comunidad de Hijas de María Auxiliadora. Concluida la misa, las monjitas entonaron como canto final “Estas son las mañanitas…” y “Ya queremos pastel…”. No hubo pastel, pero sí abrazos.

En el colegio salesiano de Granada me habían asignado el saludo de “Buenos Días” a los alumnos en formación en el patio. Estaba pensando qué decirles cuando unos músicos callejeros irrumpieron escandalosamente a mis espaldas atronando con “Estas son las mañanitas…” y “Ya queremos pastel…”. Una alumna coronó mi cabeza calva con un colorido sombrero de copa. Una delegación de kinder me entregó globos, flores y regalos. Además, aplausos divertidos de los alumnos.

Tuve la oportunidad de conversar con una simpatiquísima niña de cuarto grado. Entre mis preguntas inquisitivas se coló la consabida curiosidad por su edad. – Y usted, ¿cuántos años tiene?, replicó. Respiré hondo y opté por decirle la verdad: - Setenta y un años. Me miró con ojos agrandados y exclamó: - Mi abuela apenas tiene 43.

Al mediodía teníamos reunión conjunta en el colegio salesiano de Masaya con los salesianos de Granada y Masaya. Primero, el almuerzo grande. Nuevamente “Estas son las mañanitas…” y “Ya queremos pastel…”. Inmediatamente después, a trabajar. Tarea difícil exponer el sistema salesiano de comunicación social a quienes estaban haciendo beatíficamente su digestión. Pero el deber es el deber.

Tener 71 años es una experiencia extraña. Te miran raro, como un extraterrestre, casi con lástima. Ayer un hombre de mediana edad se levantó en el bus para cederme su puesto. En las reuniones sospecho que los presentes piensan para sus adentros: ¿Y qué está haciendo ese aquí? Ni siquiera intento explicarles lo bien que me siento, la serenidad que he ganado, la satisfacción por las cosas sencillas de la vida. No me creerían.

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