Imagen propiedad de: demanoconjesus.blogspots Tome usted el evangelio. Ábralo al azar. Apunte con el dedo un texto cualquiera. Imagine que nunca lo ha leído. Siéntese cómodo. Lea las frases saboreándolas. Eche a volar su imaginación. Métase en la escena narrada como un personaje más. O identifíquese con Jesús, que sería lo mejor. Hágase muchas preguntas: cuál era la novedad del relato que hizo que al evangelista le pareciera impactante. Agudice su atención para descubrir el conflicto que se esconde por allí.

Si lo logra, verá que al final usted terminará con unos aaaaah, oooooh, caray. Si su intento fue acertado, los ojos se le ensancharán de asombro. Entonces quiere decir que se le abrió el resquicio de la puerta para entrar en el mundo fascinante del evangelio y conocer un poquito la figura increíble de Jesús.

Ponga en un archivo mental bien cerrado las clásicas imágenes que nos han deformado el real Jesús. Jesús, el Dios bajado del cielo haciendo finta de ser hombre. Jesús amanerado, envuelto en luz, con pelo largo y alisado, ojos azules y mirada lánguida. Jesús que no mataba una mosca. Un Jesús raro.

Sígalo por Palestina, de la mano del relato evangélico. Asómbrese ante un Jesús robusto, caminante bajo el sol, acostumbrado a dormir a la intemperie, de manos y pies callosos. Nada de melindres, por lo visto.

Jesús valiente, capaz de armarse de un látigo y echar con furia a los vendedores del templo. Qué relajo aquel. Mesas tumbadas, gente corriendo, animales en desorden. Jesús, que con voz poderosa y gesto imperativo es capaz de acallar una violenta tempestad o enfrentarse a un demonio agresivo.

Le dicen los prudentes: - Vete de aquí, porque Herodes echó preso a Juan y las cosas se están poniendo feas. Y Jesús: - Díganle a ese reyezuelo que yo haré lo que tengo que hacer tomándome el tiempo que sea necesario.

Jesús, el que no obtuvo diploma de rabino, y les revuelve a los maestros de la ley todas sus rigideces religiosas. Era teatral Jesús. Algunos milagros son auténticos retos a los jefes religiosos: - ¿Qué es más fácil: curarlo o perdonar sus pecados?

Jesús, que pierde la paciencia más de una vez, hasta con sus discípulos. Qué regañadas les da. Y no mide las palabras cuando denuncia en público la terquedad y malicia de fariseos y escribas. – Mira que hablando así, también nos ofendes a nosotros.

Jesús, fiel a su misión tan dura, que no se derrumba cuando la ola de la popularidad que lo envolvió comienza a desinflarse. Y que, dejando la pacífica Galilea, toma la decisión de marchar a Jerusalén, el nido de sus enemigos. – Vayamos también nosotros y muramos con él.

Jesús, el de corazón tierno hacia los pequeños de la tierra: marginados, envilecidos, humillados, marcados… - Mujer, yo tampoco te condeno; vete y no peques más. Amigo de la gente poco religiosa. Qué bien se la pasaría Jesús comiendo en compañía de gente de fama nada envidiable, amigo de pecadores.

Jesús, el anunciador de un reino de Dios tan inesperado como atractivo. Propone un estilo de vida, el que él encarna, que suena a sueño imposible, menos para quienes lo aceptan con alegría. Jesús, que con su presencia y acción nos da a conocer cómo es realmente Dios.

Esos diálogos ante el Sanedrín, ante Pilatos. Ese silencio elocuente ante Herodes. A las autoridades les cayó en las manos una brasa y no saben qué hacer con ella. De acusadores pasan a acusados.

Sí. Tiene usted que enterrar las imágenes clásicas de Jesús que le impiden conocerlo. Aproxímese de puntillas al Jesús real, ese que se descubre en cada página del evangelio.

Yo estoy haciendo este pequeño esfuerzo y me emociona frecuentar con ojos nuevos las resabidas páginas del evangelio, que las estoy leyendo como nuevas. Si quiere acompañarme en esa aventura, lo invito a que se una a mi humilde esfuerzo en www.facebook.com/pages/Heriberto-Herrera-SDB.

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