Imagen propiedad de zazzle.es Domingo, 7.00 pm. Regreso a la sacristía después de celebrar la misa. Acólitos, lectores, ministros de la eucaristía y yo hacemos una reverencia a la cruz. Luego viene la desbandada: despedidas, bromas, comentarios. Además, está preparado el nuevo equipo litúrgico para la siguiente misa. Es mucha gente para la de por sí espaciosa sacristía.

De pronto descubro en medio del trajín unas personas desconocidas. Una pareja joven con una niña de talvez cuatro años y un niñito en brazos de su madre. Los cuatro de apariencia humilde, dulce, discreta. Se nota que están perdidos entre tanta gente. El hombre me mira con mirada interrogadora. Interrumpo mi conversación y me le acerco.

-        Buscamos a una monja en San Salvador.

-        ¿Dónde vive?

-        No sabemos. Viste de azul. Trabaja en nuestro pueblo. Nos dijo que la buscáramos en San Salvador.

Vienen de Arambala, en el departamento de Morazán. Como quien dice, el lugar más pobre y lejano del país. Traen al niño para consulta en el hospital infantil. No tienen donde dormir.

¿Dónde encontrar una monja vestida de azul a las siete de la noche en San Salvador?

Intuyo el desamparo de esta joven familia. Pregunto si alguien sabe dónde hay un lugar económico cercano para dormir. Podemos llevarlos allá. Nadie sabe nada.

De repente un joven se ilumina. Hace poco la alcaldía municipal ha inaugurado un dormitorio público a escasas cuadras de la parroquia.

Los llevo en carro al lugar. Preveo un lugar descuidado, lleno de inquilinos sospechosos.

Sorpresa. En la entrada hay dos policías amables que me remiten al director. Este recibe a la familia con respeto. Echo una mirada al interior: se ve un ambiente limpio y ordenado.

Les dejo una cobija y un dinerillo por si les hace falta. Me saludan agradecidos. Por suerte, el hospital infantil les queda algo cerca.

De regreso a mi comunidad, se me estruja el corazón. ¿Por qué estas personas tan jóvenes y dulces tienen que vivir en tanto desamparo?

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