Un nuevo hermano en casa: Yassen. No suelo estar todos los sábados en la “casa-familia” de Torre Anunziata, pero esta vez tuve bastante suerte. El sábado, poco después de las once de la noche, llamó la policía queriendo saber si teníamos espacio para acoger a Yassen, un joven marroquí que habían encontrado en una estación de metro. Fueron tres horas en las que todo tipo de personalidades o problemas pasaron por nuestras mentes: ¿Y si escapa? ¿Y si trae droga? ¿Y si roba? ¿Habla italiano? Distintos panoramas sin el mínimo indicio o sugerencia y basados en las distintas experiencias que ya hemos vivido.


El protocolo de preparación es el mismo: buscar ropa nueva, preparar la cama y el baño, cocinar algo y escribir un informe que los policías que lo traen deben firmar. Para don Antonio es normal este proceso (lleva años llevando adelante esta experiencia), para mí era la primera vez. ¿Cómo comportarse con esa primera impresión? ¿Qué decirle al llegar? ¿Dormiré hoy o me quedo vigilante?
A las dos de la mañana sonó el timbre que anunciaba la llegada. Me puse la chumpa para el frío, bajé las gradas y abrí la puerta. Primero me saludó el asistente social y detrás de él un joven vestido con una chaqueta ligera, jeans cortos y gorra, tiritando de frío o temor. Al instante luego de extenderle la mano y encontrar la suya, nos vimos a los ojos y sonrió. De tantas sonrisas posibles, él escogió la más sincera y espontánea: esa que, combinada con la luz de sus ojos, expresa gratitud y alegría. Allí se esfumaron tantos prejuicios y temores. Allí entendí la fuerza que puede expresar la palabra ‘bienvenido’. Allí sentí arder el corazón cuando su respuesta fue un ‘gracias’.
Tardó algunos minutos bajo el agua caliente, que imagino habrá disfrutado. Se vistió y nos sentamos a comer mientras me contaba su historia. Hace tres años llegó a Italia con su papá y su hermano, dejando en casa a mamá y a la hermana. Su hermano, cansado de la experiencia, regresó a Marruecos hace más de un año y su papá, desconsolado, se refugió en la bebida, abandonándolo por su cuenta. Yassen desde hace 7 meses vivía con un amigo alrededor de la estación, durmiendo a veces dentro y a veces fuera. Y claro, ese plato de pasta al pesto lo terminó con hambre y satisfacción. Dijo buenas noches y se fue a dormir. Quien sabe hace cuanto no dormía en una cama así.
Me sorprendió encontrarlo despierto ya a las ocho. Comimos algunas galletas con nutella mientras seguía contando su vida. Al terminar se ofreció a lavar los platos. Me fijé y había dejado ya ordenado el cuarto y hecha la cama. Un joven de 17 años que ha vivido en la calle y tiene estos buenos hábitos demuestra una buena escuela en casa, una sincera gratitud y esa bondad que Don Bosco solía descubrir y hacer salir en cada muchacho.
Bajó encantado al oratorio y no le costó mucho hacer amigos. No tardó casi nada en meterse a jugar futbol y presentarse con los animadores. Me sorprendió también verlo tan ‘suelto’ y tan alegre, con tantas preguntas sobre el oratorio. Cuando podía se acercaba con más interrogantes porque el ambiente le parecía fantástico, porque había ya visto las fotos en las carteleras y porque la gente lo había recibido alegre y cortésmente. Hasta que se decidió y mientras platicábamos, me pidió que le enseñara la Iglesia.
Entramos en la capilla y le expliqué los distintos ambientes que la componen. En la sacristía le mostré algunos vasos sagrados y ornamentos litúrgicos y lo veía fascinado. Era un diálogo simpático entre un católico y un musulmán hasta que entramos a temas fundamentales que nos diferencian en la fe. Nos sentamos en una banca y él, con cierto temor, preguntaba, y yo, con algo de pedagogía, intentaba dar respuesta. El diálogo simpático era ahora diálogo responsable y delicado, que terminó como suele pasar con los muchachos, con un chiste, una sonrisa y el cambio de tema, porque era ya la hora del almuerzo y la conversación podía alargarse. Fue entonces que le dije que no vivo allí, sino en Roma y que lo vería la próxima semana. Él hizo ese gesto que a mí me dice tanto, cuando llevan su mano derecha al pecho la ponen sobre el corazón y agradecen con la sonrisa en el rostro y los ojos brillando de sincera emoción.
Pasé la semana entera pensando en él, en ellos. ¿Cómo habrán reaccionado los demás? ¿Qué tal habrá vivido esta primera semana? Quién sabe cómo debía reaccionar o si había algo escondido. Y mi sorpresa fue que al llegar nuevamente este fin de semana, no solo lo encontré a él sonriente: su llegada había cambiado el clima en la comunidad. Sencillo, sincero y espontáneo, sin invadir y con tanta humildad, se hizo amigo de los demás en casa y el fin de semana fue una fiesta. Nos reímos, molestando a cada uno por sus aventuras. Platicamos, contándonos qué hicimos en la semana. Y vimos una película juntos.
El domingo por la mañana llegué a la comunidad a las nueve. Les dije que llegaría a tomar el café con ellos, sabiendo que probablemente estarían todavía metidos en sus camas. La sorpresa fue encontrar el café listo y la mesa con el pan y la nutella preparados. Michael contaba el milagro de haber visto a Marco levantarse temprano y hacer el café. Ibra se preparaba para ir a trabajar, con Mohammed y los dos Salvatore estaban ya a esa hora molestando a todos los demás. Yassen sonreía, platicaba y continuaba a agradecer, a cambiarnos la vida con su alegría. Quién sabe cuántas otras cosas traerá a nuestras vidas el seguir abriendo la puerta y la vida a tantos jóvenes que están esperando a encontrarnos.

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