Semana Santa en Gjilán. Creo que la vivencia del triduo pascual en mi tierra bendita es una enorme curiosidad para muchos, como lo fue para mí. Sabía que no habría procesiones, cucuruchos o torrejas y que no sentiría el calor veraniego.

Pero no sabía qué significaría vivir la cuaresma y el triduo pascual sin tantos elementos externos que nos ayudan a profundizar en el misterio.
Es evidente que el discurso de este tiempo de fe, oración y penitencia, comienza en el interior y en la relación personal con el Señor. Pero no puede desvincularse de su experiencia comunitaria y de un ambiente que ayude en el proceso. Tan importante es el silencio interior como el olor a incienso, el color morado o las canciones especiales de estos días.
La crónica de la cuaresma inicia con nuestros muchachos católicos, con quienes vivimos cada miércoles el vía crucis. El viernes en el colegio, de alguna forma discreta, se esforzaban por guardar el ayuno y el silencio. Sin prepararlo, nos hacíamos algún gesto que nos hiciera saber que estábamos “conectados” en oración. O al menos que teníamos en mente nuestro tiempo penitencial.
La escuela siguió sus actividades hasta el miércoles santo. A los alumnos les hicimos saber que suspendíamos clases porque era un tiempo importante para nosotros. Fue general la reacción de alegría más por el descanso sorpresa que por la fe, obviamente.
Fue divertido el hecho que un grupo de curiosos vinieron a mí una semana antes preguntándome qué significaba la Pascua. Yo feliz y atento intenté darle una breve explicación. Uno de ellos me interrumpió y me dijo: “Giuseppe, solo queremos saber si por ser “semana santa” nos van a dar toda la semana de vacaciones”. Detuve el discurso, nos reímos un poco, le dije que no y así terminó el diálogo.
Aparte de estos simpáticos sinvergüenzas, varios muchachos me preguntaron en verdad qué significaba para nosotros la Pascua. Todos tenían en mente el juego del conejo y los huevos de colores, pocos (por no decir ninguno) sabían qué en verdad celebramos. Fue una bonita oportunidad para compartir el Kerigma, el primer anuncio del misterio más bello de nuestra fe. Muchos de ellos el sábado y el domingo nos saludaron y felicitaron por la fiesta. Un gesto de respeto y cariño sincero.
El jueves santo la misa crismal la vivimos en Prizren, a dos horas en carro de Gjilán. La Iglesia era el templo dedicado a María Auxiliadora y la celebración fue realmente solemne. El obispo (en lo que logré entender) hizo la necesaria relación del sacerdocio y la misericordia, pero no solo de los sacerdotes al pueblo sino del pueblo a los sacerdotes, haciendo énfasis en la oración, la atención y el cuidado.
Por la noche la liturgia la vivimos con otras cuatro personas, con quienes quedamos un rato en adoración al Santísimo. Un momento de especial intimidad y silencio, a la luz de unas cuantas veladoras. Ellos se fueron a sus casas y nosotros como comunidad nos organizamos para pasar la noche con Jesús sacramentado. Y tal como los apóstoles, también nos quedamos dormidos.
El viernes vinieron a casa los alumnos católicos. Preparamos una jornada de retiro y confesiones, terminando con la película de la Pasión. Fue un ejercicio de memoria ver la película, porque entre latín, arameo y albanés, no podía más que recordar los pasajes de la Biblia. Fuera de bromas, fue un día de silencio con los muchachos y de una profunda mirada a la cruz y lo que puede significar para nosotros.
El sábado fue una jornada en casa, en silencio y ayuno relativo, no tan estricto como el del viernes. Entre los tres en casa nos arreglamos para dedicar parte de la jornada a la oración personal y preparación a la grande celebración. Después de las siete de la noche partimos en dirección a Pristina, para vivir la Vigilia Pascual en la Catedral en construcción.
El domingo de Pascua celebramos la eucaristía con la comunidad de fieles y luego compartimos algunos dulces, unas sorpresas y una pequeña torta. Un ambiente de familia, bastante sencillo. Y antes de almuerzo recibimos también la visita de un grupo de alumnos que nos trajeron algunos huevos de Pascua decorados.
Después de haber terminado las distintas celebraciones y el solemne almuerzo, nos dirigimos a Gjakove, el pueblo natal de don Dominik, a visitar a su familia. Una cena generosa, una casa riquísima en detalles y experiencias. Hicimos una peregrinación por las casas de sus parientes y conocidos. El lunes, en cambio, fuimos a conocer un monasterio ortodoxo precioso y la casa en donde vivió la madre de la Madre Teresa.
Como verán, una Semana Santa atípica, pero llena de gestos y detalles significativos. En mi oración con el Señor le agradecí por tantos detalles que nos parecen normales en Centroamérica y que aquí me hicieron falta. Y le agradecí por la oportunidad de abrir un poco más los ojos y hacerme más responsable de mi proceso de conversión, al menos en lo que compete a mi esfuerzo. Y por supuesto, en cada espacio y momento de oración, cada uno de sus nombres, sus corazones e intenciones.

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