Tiempo para dar tiempo. Abril 2016.- Un mes más ha pasado y no pareciera, pero llevo ya bastantes días acumulados por estas tierras aún tan desconocidas para mí. Desde que llegué he sentido el tiempo volar. Es más, desde que salí de Guatemala me he sentido en “un solo tirón”, entre idas y vueltas, lugares y personas, que me cuesta creer que son 8 meses. Haciendo cuentas, en 10 meses he vivido en al menos 5 lugares tan diferentes que me han hecho llegar al punto de descubrir que el viaje que en verdad estoy haciendo es aquel que Juan Pablo II decía “es el más apasionante”: el viaje al interior de uno mismo.


Tendría que darle el título al mes de abril como el “más difícil” hasta ahora. No me lo esperaba. Confieso que me ha costado este tiempo más de lo que esperaba, aunque sabía que esto llegaría. Han sido 30 días en los que el cuerpo ha reclamado el descanso justo, la mente la pausa para asimilar el proceso y el corazón, sobre todo, para sanar y atender la melancolía, el temor y la incertidumbre. Creo que todos sabíamos que llegaría el día en que pesaría el decir “los extraño” o “me siento lejos”. No tendría que alarmarnos, es parte del proceso. Pero distinto es verla venir que tenerla enfrente…
Para esto, el Señor se ha encargado perfectamente. Mis hermanos de comunidad estaban alertados desde su propia experiencia y han sabido ser atentos a lo que yo incluso no expreso. Me han dado mi espacio y no me han dejado desocupado. Me han mandado a dormir y han cuidado el compartir espacios y momentos. Don Oreste incluso ha compartido mucho su experiencia en Madagascar y su aprendizaje con los jesuitas que lo atendieron en el proceso de adaptación. Y por supuesto, los muchachos. Ellos saben a diario cómo alegrarme, animarme y confortarme.
Una cosa que me afectó fue una pequeña “frustración” en cuanto al idioma. Tal vez en la mente uno cree que todo será rápido o que los dones de Dios llegan como superpoderes. La verdad es que los dones se descubren, se oran y se cultivan. Esperaba que en tres meses pudiera hablar y entender algo del idioma, pero no fue como esperaba. El albanés no es fácil ni para los mismos muchachos y tendré que aceptar el hecho de las limitaciones personales, la incomprensión y demás. Supongo que tendré que invertir aún más tiempo, más paciencia y más esfuerzo para aprender el idioma y el lenguaje “gadal, gadal” (paso a paso).
Admito que otra cosa que me ha bloqueado es mi “improductividad pastoral”. Acostumbrado a organizar mil cosas, estar siempre ocupado o poder comunicarme fácil con los jóvenes, aquí he tenido tardes enteras “sin nada que hacer”, solo jugando y haciendo señas, gestos y sonrisas. Claro que a los ojos de la fe es algo hermoso el simple hecho de estar con ellos. Y a pesar de que me encantaría tener más responsabilidades, poder aportar algo más concreto al trabajo o verme “ocupado” en actividades, he tenido que hacer un ejercicio enorme de humildad y sentarme allí, “inoperante”, venciendo el activismo. Me limitan el idioma, la diferencia religiosa y por ratos el cansancio. Son esos sentimientos que nutren mi oración con el rosario, repasando los nombres de los muchachos y esperando a la oportunidad de platicar ellos.
Y hay días en los que sin motivo, simplemente me siento cansado. Los cambios de clima tan bruscos, el mantenerme concentrado tanto tiempo buscando entender, los sentimientos y las vueltas que da la cabeza, todas pasan factura. Por ello, busco poner en práctica tres pilares para esta adaptación: oración, descanso y paciencia. Es tanto lo que me falta por vivir aquí que no puedo pretender agotar la experiencia ya en tres meses. Esto apenas comienza.
Un día un alumno, en su escaso inglés, me dijo: Giuseppe, por favor aprendé rápido el idioma que necesito hablar contigo. Sus ojos, la expresión y la sinceridad de sus palabras quedaron grabadas en mi interior profundamente. Son signos preciosos de Dios. Entonces entendí que no es solo “saber el idioma”, sino comprender su lenguaje, escuchar y entender lo que quieren decir y saber responder. Y creo que este proceso todos los salesianos debemos vivirlo: aprender el lenguaje con el que habla el corazón de nuestros muchachos. Adentrarnos en su historia y hacer el mismo proceso en la vida de cada uno de ellos.
Por otro lado, pienso en otros hermanos que viven tantas experiencias tan distintas que me hacen comprender que es el camino de cada uno. Algunos han tenido que aprender una lengua nativa en alguna montaña, sin libros o cuadernos. Otros han llegado a lugares en donde la realidad no permite “sentarse a estudiar” tanto como aquí, como en Siria, Egipto, Palestina. Cada uno en el lugar que el Señor le confía, en la misión que le concede y en el proceso que está viviendo, debe aprender a abrirse a su realidad como la propia historia de salvación, abrazarla como es y adentrarse en el interior de sí mismo, de la oración y de la vocación.
A veces pareciera un detalle de cortesía decir “tus oraciones me sostienen”. A veces pareciera que la oración no fuera el sustento. A veces simplemente no es fácil. Pero no hacemos esta opción porque sea fácil, porque tenga todo asegurado o porque dependa de uno únicamente. Esta opción de vida solo se explica desde la fe: así se entienden y superan las dificultades, se vencen las tentaciones y el desánimo y, sobre todo, se comprende que la vocación no es la “realización personal” sino la respuesta al proyecto de Dios.
Es cierto: abril me ha costado. Pero abril me ha mostrado cuál es el camino, quienes lo sostienen y cómo tendré que recorrerlo. Y qué rico es decirles que este abril me ha hecho descubrir el inmenso valor que tienen ustedes en mi vida. Y qué hermoso es decir que este abril me ha enseñado que la razón, el sustento y el fundamento del misionero es únicamente el Señor. Ni siquiera el trabajo y la pasión apostólica, porque si ellas no se fundamentan en cada Eucaristía, terminan por quemar y desgastar, antes que por amar y servir.
¡Gracias a Dios por todo esto! Me hacen descubrir que estoy vivo, que estoy viviendo y que puedo vivir. Y me ayudan a sensibilizarme conmigo, con los demás y valorar aún más la belleza de nuestra vocación. Ahora que viene mayo, seguramente “Ella lo hará todo”, será la Madre y Maestra que me enseñará a hacer lo que Él diga. Mientras tanto, me confío siempre a su oración y su cariño. María Auxiliadora, ¡ruega por nosotros!

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