Ángeles de la guarda. En estos pocos años que llevo como salesiano he gozado de un detalle bastante simpático. En todos los lugares en donde he estado me han siempre custodiado los niños, cual ejército angelical. Han sido ellos mis fieles compañeros.

Desde que llegué a Gjilán se me pegó como sombra Pëllumb. Un niño simpático y tímido, de 11 años, que la mayoría del tiempo está solo o busca estar molestando a sus compañeros. El primer día que me vio se alegró y me propuso un trato fantástico: él me enseñaba el albanés si yo le ayudaba a hablar en inglés (porque no tenía muy buenas calificaciones en clase). ¡Hecho!
Pobre, ha tenido que sufrir tratando de entender lo que quiero decir. Pero lo ha logrado. Ha tenido el detalle de escucharme y cuando termino de elaborar la frase, sonríe y me dice: “Mejor decímelo en inglés”. Qué risa. Vale mencionar que dedicó un día entero a enseñarme a pronunciar su nombre. Le tocó un arduo día de paciencia.
Es típico que sus compañeros en clase se quejan de que les vive tirando papeles o puyando la espalda. Y en las tardes cuando se queda “a estudiar”, tengo que captar su atención cada 10 minutos para que lea o trabaje, porque ya se puso a pintar, dibujar o recortar cualquier cosa. Sus compañeros de clase incluso lo tienen como una típica frase diaria: “Pëllumb, mesó!” (Pëllumb ¡estudiá!)
Así cada día me entretengo también con Natar, Jon, Olti y Gentrit. En el receso de mitad de la mañana corren a buscar dónde estoy y llegan con una nueva estrategia para tirarme al suelo. En 5 meses nunca lo lograron, pero si me destrozaron la espalda, me rompieron una camisa y hasta me quebraron los lentes. Todo por un premio bellísimo: su amistad.
En uno de los primeros mensajes de don Ángel Fernández como Rector Mayor, decía que “son los jóvenes quienes nos salvarán”. Y puedo decir, desde mi experiencia, tiene toda la razón. Me han salvado de la soledad entristecida, de los días sin creatividad y alegría, de alejarme del patio, de pensar solo en mí y olvidar que soy lo que soy para ellos.
Creo que esa es la forma en que el Señor me cuida y me recuerda mi ser salesiano y la promesa hecha de dedicar mi vida entera a la misión. Estando con ellos aprendo a vivir en alegría, en libertad y en sencillez mi consagración y vocación. Son ellos mis ángeles de la guarda.
"Me atrevo a decir, como ya he manifestado en alguna otra ocasión, que son los jóvenes, las jóvenes, y especialmente quienes son más pobres y necesitados, quienes nos salvarán ayudándonos a salir de nuestras rutinas, de nuestras inercias y de nuestros miedos, a veces más preocupados en conservar las propias seguridades, que en tener el corazón, el oído y la mente abierta a lo que el Espíritu nos pueda pedir."

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