Bendita inquietud. ¿Te ha venido a la mente la idea de hacerte misionero? A mí me pasó. Comenzaba el 2010 y estaba en el noviciado cuando recibimos la visita de don Vaclav Klement, en aquel entonces delegado mundial para las misiones en la Congregación Salesiana.

Llegaba para contarnos sobre los proyectos, las experiencias y los sueños misioneros de la Congregación. Me emocioné fuertemente. Sentía que era a mí a quien hablaba.

Después de escucharlo y meditarlo, decidí hablarlo con mi director espiritual. Le dije que me había fascinado todo lo que había dicho don Klement y un poco nervioso confesé que estaba pensando hacerme misionero. Muy sabiamente me dijo que era bueno el sentimiento, pero debía profundizarlo, que debíamos orarlo y dialogarlo.

Por tres años retomamos el tema esporádicamente. Cada 11 de mes, mientras orábamos por los misioneros y las obras en dificultad, en mi interior le recordaba la inquietud a Jesús. Sin comentarlo a voz alta, le pedía que si era su voluntad, que lo hiciera posible. Y en el rosario le pedía a la Madre la valentía y obediencia como la suya.

Durante el último año de la filosofía, el tema de las misiones se volvió una constante en cada coloquio. Me empeñé en leer e informarme más sobre la vocación, además de estudiar el italiano en mis tiempos libres. Quisimos tomarnos la duda enserio y responder a ella.

Luego de ponerme en contacto con don Klement y aconsejado por misioneros que tenemos en Centroamérica, envié por correo electrónico la carta con mi disponibilidad a las misiones. Delante de la computadora lo puse todo en oración. Era día de san Luis Gonzaga y quería aprovechar a encomendarme a él, como sugería Don Bosco a sus muchachos en el inicio del oratorio.

Esa noche me refugié en la capilla. Con tantos pensamientos, incertidumbres y sentimientos, creí que no tenía ni la fuerza, ni estaba en el momento para asumir una pronta respuesta. Me senté delante de Jesús y le repetí que si era a Él a quien estaba escuchando, que se encargara de hacerlo realidad.

Desde hace tres años esa carta cambió mi vida. Hoy, sentado en mi cuarto en Kosovo, pienso y recuerdo tantas interrogantes, tantos temores y tantas ilusiones que puse en manos de Dios en largos ratos de oración. No tenía la mínima idea de lo que me esperaba. Yo solo veía lo que tenía. Él miraba en mi cuanto soñaba. No me queda duda que ha sido Él quien ha querido esto y quien lo ha hecho posible.

Esas cosquillas, esa duda intrigante, ese temor por preguntar, por descubrir si era cierto, todas me han traído aquí. Solo convirtiendo cada una de ellas en oración, confrontándolas con mi confesor y mi director espiritual y proponiendo confiar más en Dios que en mis fuerzas, es como he encontrado la respuesta en mi vida, mi vocación. Y eso que esta vida misionera apenas comienza. Cuántas cosas más me esperan por vivir.

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