Ven Señor. Una experiencia aleccionadora en nuestro estilo de vida es compartir la “época más linda del año” fuera de casa, con una nueva familia, lejos de tus tradiciones, de lo acostumbrado. El clima, la comida, el ambiente, todo se extraña y todo cambia y aunque algunas cosas parecen ser iguales, hay una sola que toma su puesto (como justamente le pertenece): celebrar el misterio de Jesús, hombre como nosotros, tierno niño envuelto en pañales, nuestro esperado redentor.

Del ambiente se disfruta el escuchar tantos villancicos con otros ritmos o el degustar tantos platos con tantos nuevos sabores. La Navidad como “fiesta de familia” tiene una enorme trascendencia en todo el mundo y se expresa de tantas formas muy particulares en cada cultura, en cada hogar. Lo cierto es que entre tantos detalles, la navidad sería aún más significativa si en este clima de familia, nos damos la oportunidad de celebrar la llegada de Jesús, ahora como niño y ternura, al final de los días como salvación y respuesta.
Navidad no es celebrar el “cumpleaños de Jesús”, sino su nueva llegada que con amor esperamos. Antes de subir al cielo, Jesús prometió a sus discípulos que de nuevo vendría para rescatarnos y liberarnos de la lucha contra el maligno, para hacernos vivir finalmente la gloria de Dios, el paraíso. Recordar el nacimiento de Jesús es recordar que ese niño es la respuesta a nuestra esperanza, quien cumplirá las promesas de Dios y nos hará libres y felices para la eternidad.
La petición “Ven Señor”, que durante el adviento hemos repetido, ha alimentado nuestra fe para reconocer “en quien hemos puesto nuestra confianza”. Esta oración nos une a toda la Iglesia que desde los primeros siglos la ha repetido incesantemente en comunidad y en lo escondido de su casa. Una oración hecha a veces pensando en tantas situaciones de adversidad, que nos bajan la moral, que nos agobian, que apagan nuestro corazón y que ahora enciende la luz de la esperanza.
¿Cuántos no hemos experimentado la espera de alguien amado? Pienso a la típica escena que se ve en los aeropuertos: tantos abrazos, tantos sollozos, tanto amor. La espera del amado levanta el corazón y le da sentido a cuanto hemos hecho y cuanto haremos con Él. Una espera parecida es la que nos ha llevado a preparar nuestro corazón como un nuevo pesebre, para acogerlo al Dios-ternura. Llegada que para nosotros es consuelo, es gozo, es plenitud.
Tristemente hay muchas “navidades” que no llegan. Estos días hemos visto tantos niños morir en brazos de civiles en Siria, llenos de polvo, cubiertos de sangre. Tantas personas que desaparecieron en el anonimato del océano, muriendo como migrantes, catalogados como ilegales. O tantas familias que este año ven en casa puestos vacíos a causa de la incomprensión, de la ruptura, de la muerte o el dolor. Son navidades que no podemos ignorar.
Hay otras, en cambio, en las que podemos intervenir. Si un sinónimo de la navidad es “Dios viene”, ¿qué significará la llegada de gestos de amor a quienes tanto lo anhelan? ¿Qué significará la llegada del pan para quien muere de hambre? ¿Qué significará el abrazo de amor, de comprensión, para quien necesita ser perdonado? ¿Qué significará la compañía para quien estos días vive solo? ¿Qué significará pensar “se acordó de mí” para quien te ve llegar sonriente a su casa, a su celda de prisión, a su lecho donde convive con su enfermedad? ¿No será esa una Navidad que nos haga entender que Dios llega a nuestras vidas?
Es común escuchar la invitación a contemplar los pesebres, los nacimientos, para hacer con ellos oración. Podríamos también orar contemplando nuestro alrededor, ver nuestra familia y la de nuestros vecinos o parientes y pensar, ¿cómo puedo ayudar para que en esta navidad ese hogar sea también un pesebre? ¿Cómo puedo yo llevar allí la buena noticia, encender el fuego de sus corazones y hacerles sentir (no solo saber) que para ellos hoy es navidad? Bastan pequeños detalles: una visita, un pan, un chocolate, un abrazo, una sonrisa, un gesto de amor concreto.
Esta es la navidad: celebrar que Dios llega a nuestras vidas, que es Dios-con-nosotros. Abrir el camino para que llegue a tantas vidas y hacernos signos luminosos y gozosos de su presencia, de su amor. Tocar con el corazón la navidad de los demás nos enseñará a preparar cada vez mejor el pesebre y a esperar esta fiesta con mayor atención a la oración y al servicio. Celebrarlo a Dios que nos salva, a Jesús, el sentido de nuestras vidas.
Concluyo con dos cosas. Esta navidad, en tu oración personal, te pido que ores por tantas familias que en estos días viven todo lo contrario a lo que esta fiesta significa, familias heridas por la discordia, familias que sobreviven en contexto de guerra, de hambre y soledad, familias que han perdido un ser querido, familias que necesitan al Señor. Acuérdate de ellos mientras rezas y, en la medida de lo posible, con gestos concretos de generosidad, de amor desinteresado.
Y la segunda es que a ti te deseo una feliz navidad. Una navidad vivida en el corazón, en familia, en el amor. Una navidad que no sea de estrenos, sino de signos de vida, de gestos de amor y de perdón y de oración. Que celebrar la navidad aporte a tu vida luz, esperanza y amor. Una navidad en el Señor, en su ternura y en su amor. ¡Que venga el Señor de la esperanza!

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