Imagenes libres de Flickr. Cristo. Los sufrimientos de Cristo en su pasión y muerte de cruz, siendo sufrimientos de Dios hecho hombre, y siendo Él inocente, nos resultan incomprensibles, porque son tremendos e injustos. ¿Por qué tuvo que suceder?

Una de las lecciones que nos queda clara de todo esto, es la gravedad del pecado; ese pecado que a veces cometemos con tanta facilidad y ligereza. ¡Qué tremenda debe ser la gravedad del pecado si, para redimirlo, Dios quiso hacerse hombre para conocer el sufrimiento y morir en una cruz!

La ofensa a un Dios bueno e infinito, del cual sólo recibimos bienes, es de una gravedad infinita, es una ingratitud incomprensible, es una monstruosidad.

Por otra parte, el ser humano, que había sido creado con una altísima dignidad (a imagen y semejanza de Dios), al separarse de Dios por el pecado queda en una situación tremenda, muy lamentable, digna de lástima. ¿Qué hemos ganado con el pecado? Constituye una completa derrota.

Sin Dios, el ser humano no es nada. El pecado supone una caída muy abajo y una pérdida incalculable. Supone la aparición de algo nuevo que Dios no había creado. Supone la aparición del sufrimiento y de la muerte.

Pero aparece entonces con nitidez qué grande es el amor de Dios por nosotros. Pues en lugar de decirnos 'tienen lo que merecen; sufran las consecuencias de sus actos', no, Él ha querido rehabilitarnos, devolvernos la dignidad perdida, pagar nuestra deuda por tanta injusticia cometida, hacernos hijos suyos, perdonarnos, rescatarnos, liberarnos.

Con su poder divino ha resucitado, y ha vencido así a nuestros enemigos, el pecado, el mal, la muerte y el Maligno. ¡Victoria! Es lo que celebramos hoy. La resurrección de Cristo ha supuesto un cambio trascendental. Significa que el bien vence sobre el mal, que hay una salida, una esperanza, un respiro. Otra oportunidad. Dios nos ofrece la posibilidad de un nuevo nacimiento, como una nueva creación, a fin de ser criaturas nuevas que dejan atrás la pesadilla del pecado y sus esclavitudes, para poder experimentar una vida nueva, en libertad. Como quien recupera la inocencia perdida y comienza de nuevo.

¿No se conmoverá nuestro corazón ante tanto amor? ¡Cómo no vamos a estar alegres y felices! No podemos quedar indiferentes ante estos acontecimientos. ¿Seremos tan obstinados que volveremos a pecar alejándonos otra vez de Dios? ¡Jamás! Ya estamos escarmentados.

Por el contrario, aceptamos conmovidos y agradecidos Su ofrecimiento y confiamos en Él por completo, desconfiando, más bien, de ofertas y promesas como las que la serpiente hizo a Eva. Nos abandonamos a Él con una fe total. Él es el único Señor de nuestras vidas. Y, de hoy en adelante imitamos su obediencia, su humildad, su servicialidad, su bondad y su amor. Saciaremos en Él nuestra sed de felicidad, en lugar de buscar lo que no sacia. Vale la pena ser bueno, aún en medio de tanta maldad. Seremos personas piadosas, de oración, de Iglesia, pacientes, serviciales, puras.

Seremos discípulos y misioneros. Buenos discípulos y, por tanto, misioneros. Porque aún hoy hay personas, no muy lejos de nosotros, que permanecen en la oscuridad pues no han recibido la buena nueva de que Cristo ha resucitado venciendo el pecado, la muerte y el Maligno. Y por eso sufren.

Compartir