Nacer dentro de la familia es un derecho de los niños. DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL NIÑO, POR PARTE DE LA ONU

Este derecho no está tipificado en la Declaración de los Derechos del Niño, proclamada por la Asamblea General de la ONU, en su resolución 1386, del 20 de noviembre de 1959. En dicho documento ni siquiera se menciona la palabra ‘matrimonio’.

DERECHO A NACER DENTRO DEL MATRIMONIO, EN EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

Se trata de un derecho que está claramente implícito en la Ley de Dios cuando prohíbe la fornicación y el adulterio. Estas normas divinas no son ‘moralismo’ sino que pretenden defender el matrimonio y los derechos de los más débiles.

Para encontrar una clara formulación del derecho de los niños a nacer dentro del matrimonio acudiremos al Magisterio reciente de la Iglesia Católica.

El 22 de febrero de 1983, la Congregación para la Doctrina de la FE emana el documento titulado Donum Vitae, que enseña los criterios para la valoración moral de las aplicaciones científicas a los inicios de la vida humana (fecundación artificial). Ya en el número 1.6 se afirma “el derecho de la persona a ser concebida y nacer en el matrimonio y del matrimonio”. Allí encontramos también las siguientes enseñanzas:

II.1- La generación humana posee características específicas: la procreación de una nueva persona, en la que el varón y la mujer colaboran con el poder del Creador, debe ser el fruto y el signo de la mutua donación personal de los esposos, de su amor y de su fidelidad; fidelidad que implica el recíproco respeto de su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro. El hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio: sólo a través de la referencia conocida y segura a sus padres pueden los hijos descubrir la propia identidad y alcanzar la madurez humana. La vitalidad y el equilibrio de la sociedad exigen que los hijos vengan al mundo en el seno de una familia y que la familia esté establemente fundamentada en el matrimonio.

El 22 de octubre de 1983, la Santa Sede emanó un documento sobre los Derechos de la Familia. En la Introducción se afirma claramente: “La misión de la transmisión de la vida está confiada exclusivamente al matrimonio”. Y se define el matrimonio como “unión íntima de vida y amor entre un hombre y una mujer con carácter de indisolubilidad, libremente contraída y públicamente afirmada, abierta a la transmisión de la vida”.

El 13 de mayo de 2006, el Pontificio Consejo para la Familia publicó un documento titulado Familia y procreación humana, que pretende poner a luz “los fundamentos antropológicos de la vida familiar como lugar de la procreación” (n 3). Allí se dice: “La vida humana no viene sólo de los progenitores, sino de Dios, ya que Dios y el hombre cooperan en la generación de cada hombre. En el momento de la fecundación, Dios crea el alma. Por eso hablamos de ‘pro-creación’. Por su condición de persona, la procreación humana tiene un único lugar digno de su naturaleza: la familia fundada en el matrimonio” (n 5).

Por último: La Congregación para la Doctrina de la Fe promulgó el 8 de septiembre de 2008, la instrucción Dignitas personae, sobre algunas cuestiones de bioética. En su número 6 leemos: “El origen de la vida humana tiene su auténtico contexto en el matrimonio y la familia, donde es generada por medio de un acto que expresa el amor recíproco entre el hombre y la mujer. Una procreación verdaderamente responsable para con quien ha de nacer es fruto del matrimonio”.

DE DOS MANERAS SE INCUMPLE ESTE DERECHO DEL NIÑO

Hoy día hay dos maneras en que se incumple el derecho del niño a nacer dentro del matrimonio y como fruto del matrimonio.

1.- Niños concebidos artificialmente (en laboratorio)

Este problema moral ha sido profundizado por importantes documentos de la Santa Sede que ya han sido citados aquí. Me refiero concretamente a Donum vitae (1983) y a Dignitas personae (2008).

2.- Niños concebidos como fruto de una relación extra-matrimonial.

Estos niños en el pasado han sido discriminados como hijos ‘ilegítimos’. Por eso hay que comenzar diciendo claramente que el hecho de nacer fuera del matrimonio no afecta a la dignidad personal del niño. Ello es así porque la dignidad personal proviene directamente de Dios. En efecto, el alma que nos hace personas, es creada directamente por Dios en el momento de la concepción. Ello sucede independientemente de las circunstancias de tal concepción. Por lo tanto, no tiene justificación la antigua discriminación de estos niños.

Pero, dicho esto, hay que añadir con la misma claridad que el niño, por los motivos mencionados más arriba, tiene derecho a ser concebido y a nacer dentro de un matrimonio y como fruto del acto conyugal. Ello significa que cuando el niño nace fuera del matrimonio, nace con desventaja, no se están respetando sus derechos, y se está cometiendo con él una injusticia.

Sabemos que la mayoría de las madres solteras, lo son como consecuencia de la pobreza, de la ignorancia, o de un engaño o abuso machista[1]. Pero no siempre es así.

Por lo menos no es el caso de la mayoría de niños que nacen fuera de matrimonio en países como Inglaterra, Suecia o Dinamarca[2] que no son países pobres.

Tampoco es la pobreza o la ignorancia, la causa de la situación de madres solteras en los casos a que me referiré a continuación: Hoy en día puede darse el fenómeno extraño de mujeres que quieren tener un hijo, pero no quieren casarse. Les parece que así realizan un acto de soberanía e independencia; y que ejercen un ‘derecho’: el derecho a tener un hijo y a ser madres cuando quieren, sin depender de un varón y sin necesidad de ‘someterse al yugo’ del matrimonio. Les parece que una tal decisión depende sólo de ellas y que no perjudica a nadie.

Se olvidan, por desgracia, de una persona involucrada directamente en esta situación, y que es la principal afectada: No toman en cuenta al hijo que engendran y dan a luz. No cuentan con su permiso, ni con su opinión sobre el hecho de nacer sin tener la presencia y el amor de un papá, esposo de mamá. Se olvidan de que el niño no es un objeto de su propiedad, sobre el cual pueden decidir sin más. “El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido ‘derecho al hijo’” (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2378).

La grave irresponsabilidad de los varones-padres implicados en esta injusticia es evidente.

El hijo es un don de Dios y tiene dignidad personal y derechos; uno de los cuales es precisamente el de ser engendrado y nacer dentro del matrimonio.

Porque el niño, para desarrollarse conforme a su dignidad personal, necesita no sólo la unión de dos gametos, sino que necesita la presencia de un varón y una mujer que se aman entres sí hasta comprometer pública e indisolublemente su amor; y que lo aman a él, al hijo, como solo los padres pueden amar: de forma incondicional. Y necesita que lo amen y le den cariño por mucho tiempo, para que llegue a la madurez humana normal, que lo haga a su vez capaz de amar cuando sea adulto. ¿Quién vela por este derecho de tantos niños? Porque no se trata solo de alimentar a los hijos.

La decisión de tener un hijo no es, pues, una decisión unipersonal, intrascendente e inocua para los demás.

Cada vez más sicólogos (ya lo hizo Sigmond Freud), ponen de relieve el rol de las experiencias vividas en la primera niñez, para el equilibrio de la futura personalidad. El factor decisivo es el amor y la comunión interpersonal entre los miembros de la familia.

Cada vez más frecuentemente los educadores identifican la desintegración familiar como causa de problemas de aprendizaje y de problemas de conducta en los jóvenes alumnos.

Cada vez es más claro para los trabajadores sociales la relación de causa y efecto que existe entre la carencia de una familia debidamente estructurada, por un lado, y la situación de riesgo social de los jóvenes, por otro lado.

¿No será la defensa del matrimonio bíblico el mejor modo de prevenir estos problemas juveniles, humanos y sociales?

CONCLUSIÓN

La familia fundada en el matrimonio es el lugar donde el niño es acogido y valorado de modo incondicional. La familia ofrece al niño el ambiente óptimo para desarrollar al máximo todas sus potencialidades. Por eso la familia es el ámbito idóneo para protegerlo, no sólo en su origen, sino también en todas sus etapas y vicisitudes.

Lo que prevalece a veces es el deseo de tener un hijo, lo cual es en sí bueno. Pero la bondad del fin y la intención subjetiva no determina de por sí, la moralidad de cualquier forma de procreación. Sólo el acto conyugal cumple las condiciones para la concepción de una persona humana. Esto no quiere decir que las vidas originadas por otros medios no merezcan ser acogidas como don y bendición de Dios. Pero sólo la procreación que es fruto del matrimonio es verdaderamente digna para la persona que debe nacer.

El niño podrá desarrollarse al máximo sólo si se siente amado por papá y mamá. Necesita este amor más que el pan. El pan se lo pueden dar las Instituciones.

El matrimonio bíblico es difícil. Pero es mejor que cualquiera de sus pretendidos sustitutos actuales.

P. Luis Corral sdb



[1] El 7 de septiembre de 2008, Benedicto XVI encomendó a la Virgen las madres del mundo, en particular a las que tienen que cuidar de sus hijos solas: “Aquellas que, por muchos motivos, tienen que afrontar solas la tan ardua tarea de la educación de sus hijos”.

[2] Entre 1990 y el año 2000, el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio en Suecia ha pasado de 47% al 55%. En Dinamarca, el 60% de los niños nacen de padres no casados (STANLEY KURTZ, The end of Marriage in Scandinavia, ‘The weekly Standard’ 13 de septiembre de 2004).

Compartir