Imágen propiedad de: DonnaCymek - Flickrfree Los antecedentes cristianos de la formulación de los Derechos Humanos (DH), son claros: “La dignidad de la persona humana procede de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios” (GS 29). No siempre se reconoce esto. Paciencia. Pero lo que no podemos permitir es que se niegue.

Un Diputado citó la Biblia en el Congreso, para protestar contra la aprobación de los matrimonios homosexuales en Costa Rica.

Inmediatamente en la viñeta de uno de los periódicos locales, aparecía alguien arrojando la Declaración de los Derechos Humanos en contra de este Diputado, dibujado en actitud de leer la Biblia.

El mensaje era claro: “Los Derechos Humanos de la ONU nos defienden de las viejas extravagancias bíblicas”: Se presenta la Biblia como enemiga de los Derechos Humanos.

Por lo tanto, se hace necesario aclarar que los Derechos Humanos y la Biblia no se oponen. Todo lo contrario, la historia de la formulación de los derechos humanos tienen una gran influencia cristiana.

El teólogo dominico Francisco Vitoria (Salamanca, 1535) defendió el derecho que tienen todos los seres humanos, independientemente de su origen, religión o cualquier otra particularidad. Su Carta Magna de los Indios es una anticipación de los Derechos Humanos de la ONU: “Por derecho natural, todos los hombres son libres, y en uso de esta libertad fundamental los indios libremente se constituyen en comunidades y libremente eligen y se dieron sus propios gobernantes” (Art. 6).

Veamos algunas nociones cristianas que están en la base de la formulación de los DH, tal como las explica Juan Luis Lorda en su Antropología Teológica (2009):

-        El valor sagrado de toda vida humana, a imagen de Dios, con la prohibición de derramar sangre humana (Gn 9,5) y el mandato ‘no matarás’.

-        La superioridad del ser humano sobre todos los demás seres de la naturaleza: por su espíritu o alma.

-        El valor de la libertad y responsabilidad personales: cada uno debe responder por sí mismo ante Dios y ante los demás, y requiere libertad para poder realizar su destino.

-        La igualdad fundamental de todos los hombres. Las distinciones de raza, sexo y condición social son secundarias con respecto a la igualdad fundamental.

-        La fraternidad universal entre los hombres, porque todos son hijos de Dios.

-        La superioridad del ser humano ante la colectividad.

-        La solidaridad. En la tradición cristiana cada hombre debe ocuparse de los más desfavorecidos, en los que ha de ver a Jesucristo.

-        El derecho de propiedad, especialmente como patrimonio familiar, efecto y garantía de la libertad personal, sustentado en la donación que Dios ha hecho a los hombres del mundo material.

-        El poder limitado de la autoridad: La autoridad política no es divina, ni absoluta, ni puede ser arbitraria. Está sometida a la moral y a la justicia.

A partir de la Revolución Francesa (1789), las minorías que se hicieron con el gobierno legislaron sobre todas las cosas, anulando el derecho anterior, y suponiendo que no existía otra fuente de derecho que el nuevo Poder Legislativo. Falso.

En realidad la fuente del derecho no es el poder legislativo, sino la verdad y la justicia. Por eso la Iglesia rechazó que las normas morales pudieran surgir de la soberanía popular; como si lo que es bueno o malo dependiera de la opinión de la mayoría. La Iglesia defendió la moral y su fundamento en Dios; defendió el matrimonio, la educación cristiana y la libertad de la Iglesia.

De la mentalidad que se origina en la Revolución Francesa puede haber derivado el mensaje de la mencionada viñeta que parecía decir: “Nuestros derechos personales solamente son salvados cuando nos vemos libres de toda norma divina”.

Pero la realidad es muy distinta. Lo cierto es que: “Lejos de la norma divina, la dignidad humana no se salva; por el contrario, perece” (GS 41).

“La vida humana está bajo una protección especial de Dios porque cada hombre, pobre o rico, ya esté sano ya enfermo, sea inútil o provechoso, nacido o no-nacido, enfermo incurable o rebosante de vida, lleva el aliento de Dios; cada uno es imagen de Dios. Esta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana y en ella se funda, a fin de cuentas, toda civilización.” (Cardenal Ratzinger).

En la sociedad actual la Iglesia se ha quedado casi sola en la defensa de los derechos del matrimonio y la familia y la vida. Parece que ya no es persona todo ser humano, sino solo los que llegan a nacer. Y se ha abierto la puerta a la manipulación genética.

Así se llega a estas contradicciones: Se niega al niño el derecho a nacer dentro de un matrimonio aunque ello represente para el hijo una necesidad básica. No se reconoce el derecho a la vida del no nacido. Al contrario, se convierte en 'derecho' el crimen del aborto. Se constituye en 'derecho' tener un hijo (por fecundación artificial), porque eso es lo que deseo.

El pensamiento materialista no reconoce la especial dignidad del hombre y manipula crecientemente la vida humana (contracepción, técnicas reproductivas, aborto, eutanasia). Mientras que la fe cristiana encuentra en Dios un fundamento inmutable de la dignidad humana.

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