Imágen de: The Kumo- Flickr free. En el mundo, todo tiene una causa. Nada sucede por casualidad o por arte de magia. Todo lo que sucede tiene una causa que lo produce. Si quieres lograr determinado efecto es necesario que pongas la causa que lo producirá. No puedes obtener los efectos deseados si no pones la causa adecuada.

Por otro lado, una vez puesta la causa correspondiente, es imposible evitar los correspondientes efectos. Por lo tanto, si no quieres determinadas consecuencias, no pongas la causa que las produce. No puedes impedir determinados efectos indeseados mientras no elimines la causa que los origina.

Poner la causa y no querer los efectos, es ilógico y contradictorio.

Parece claro. Es uno de los primeros principios de la Filosofía: El principio de causalidad.

Sin embargo constantemente vemos actitudes que pretenden ignorar o negar este principio: Queremos obtener ciertos efectos, pero no queremos poner la causa que puede producirlos. Queremos evitar ciertos males, pero continuamos poniendo la causa que los produce.

Queremos comer, pero no queremos engordar; queremos adelgazar, pero no queremos dejar de comer, ni hacemos ejercicio físico.

Queremos evitar los efectos de la cafeína, pero sin dejar de tomar café.

Queremos evitar los efectos del alcohol, pero sin dejar de tomar cerveza.

Queremos evitar los efectos de la nicotina, pero sin dejar de fumar.

Queremos evitar el SIDA pero sin dejar de tener sexo indiscriminado. Inventamos entonces el preservativo durante la cópula (que deja de ser cópula).

Engendramos hijos y luego no los reconocemos.

Adquirimos préstamos, pero no queremos pagar las deudas.

Queremos ganar mucho, pero producimos poco.

Queremos moralidad pública, pero permisividad privada.

Queremos alcanzar metas elevadas, pero sin recorrer el camino cuesta arriba.

Queremos evitar accidentes, pero continuamos siendo imprudentes al volante.

Queremos gozar de buena salud, pero nos alimentamos de toxinas.

Queremos saber mucho, pero no queremos leer.

Queremos graduarnos, pero no queremos estudiar.

Queremos triunfar sin esfuerzo.

Queremos ser perdonados, pero nosotros no perdonamos a los que nos ofenden.

Queremos la paz, pero preparamos la guerra.

Queremos tranquilidad pero sembramos vientos. Y, lógicamente, cosechamos tempestades.

Queremos llegar a la meta, pero sin seguir el camino adecuado.

Queremos ser libres, pero sin dejar de ser libertinos.

Queremos ser amados, pero no sembramos amor.

Queremos ser felices, pero olvidamos que sólo Dios hace feliz al ser humano.

Queremos saciar nuestra sed cavando pozos agrietados en el desierto (Jer 2,13).

Exigimos derechos pero no nos gusta oír sobre las correspondientes obligaciones.

No queremos asumir las consecuencias de nuestros actos. Queremos evitar, suprimir, ignorar, olvidar, borrar, dichas consecuencias.

¿Cómo pretendemos cosechar lo que no hemos sembrado?

Y aun habiendo sembrado buena semilla, no esperemos de inmediato los frutos. A la siembra debe seguir el riego, y el abono, la luz solar día tras día, y el trabajo perseverante.

Queremos cambiar la naturaleza de las cosas. Y eso es imposible.

No se puede. Las cosas son como son. Nos guste o no nos guste.

Lo que sembremos, eso cosecharemos. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo, frutos malos. Es inútil esperar un fruto bueno de un árbol malo. Todo lo que hacemos tiene consecuencias, buenas o malas. Y es imposible evitarlo. En su momento se dará a cada quien lo que merece.

La realidad es que no existe nada gratis. Lo que no paguemos nosotros, alguien lo pagará por nosotros. Tarde o temprano.

En resumen, deseamos salud, bienestar, virtud, éxito, riqueza, una familia unida, unos hijos y padres ideales, una vida satisfactoria y feliz; deseamos justicia, libertad, amor y paz. Pero queremos que todo ocurra por arte de magia. Sin esfuerzo, sin el correspondiente costo, sin pagar un precio, sin poner las causas que pueden producir esos resultados.

No se puede cambiar la naturaleza de las cosas. No existe la ‘casualidad’. Lo que existe es la ‘causalidad’.

No confundamos esas dos palabras tan parecidas en su escritura, pero tan diferentes en su significado.

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