La vida. El P. Pascual Chávez en una de sus últimas cartas como Superior Mayor de los Salesianos, nos habló de la vida como vocación.

En esa carta nos enseña que la vocación no es nunca un proyecto personal de vida, que el individuo realiza con sus propias fuerzas o alimenta con sus mejores sueños; es, más bien, llamada de Dios que propone a quien ha sido previamente escogido, una meta que va más allá de sus posibilidades. No se trata de que la persona sienta el deseo y el entusiasmo de hacer algo en su vida, o que se crea capaz de hacerlo.

El creyente sabe que es llamado por Dios, por el simple hecho de vivir: "Él nos ha creado y somos suyos", reconoce el salmo 100, versículo 3.

La persona que es llamada por Dios está obligada a responder con su vida. El simple hecho de estar vivo significa que Dios se ha pronunciado en nuestro favor, y ello exige que el hombre se pronuncie en favor de Dios. El creyente reconoce que su presencia en el mundo no obedece a una decisión propia. Precisamente porque la vida es efecto del querer divino, no se puede vivir fuera del ámbito de la voluntad de Dios. Los personajes de la Biblia, por el simple hecho de vivir, se saben llamados por Dios y responsables ante Él: viven porque Dios ha querido, y deben vivir como Dios quiere que vivan.

Al aceptar la llamada de Dios, encontramos nuestra felicidad y nuestra libertad: Cada uno encuentra su bien adhiriéndose al proyecto que Dios tiene sobre él para realizarlo en plenitud. En este proyecto encuentra el creyente su verdad, y adhiriendo a esta verdad se hace libre. Por tanto el hombre vive ante Dios con una deuda permanente de respuesta agradecida.

En su proyecto salvador, Dios asigna un lugar y una tarea a cada vida humana. Todo aquel que llega a ser concebido ha sido querido por Dios: su existencia tiene sentido, y su vida recibe su pleno sentido solo desde Dios.

La misión que Dios nos asigna no coincide con nuestras posibilidades; no suele formar parte de nuestras prioridades. Tanto Abraham como María no veían posible la descendencia que Dios les prometió. Los Apóstoles pescadores, vivían inmersos en proyectos bien diversos del proyecto al que fueron llamados. Pero recordemos lo que dice Ef 1,4: "Dios nos predestinó, desde antes de la creación del mundo para ser santos por medio del amor".

Desde el momento en que uno no se ha dado sí mismo la existencia, tampoco puede programar su vida por sí mismo. La propia vida es un proyecto divino que cada uno debe realizar; la existencia personal es prueba de que existe un plan divino sobre mí. La vida es un encargo. Al darnos Dios la vida está indicando que cuenta con nosotros, que confía en nosotros. Confía en nosotros aunque nosotros no confiemos en él, e incluso aunque nos neguemos a seguirle. Por muchas objeciones que acumulemos, no podremos evitar la llamada, ni evadir la respuesta. Jonás no pudo, ni siquiera huyendo de Dios.

Asumir la llamada (la vocación) de Dios, presupone una vida de obediencia a la tarea recibida: el servicio exclusivo a los jóvenes es la respuesta que Dios espera de cada miembro de la Familia Salesiana.

En la Familia Salesiana aprendemos a encontrar a Dios a través de aquellos a los que somos enviados. Y nuestra formación consistirá fundamental y principalmente en capacitarnos para la evangelización de los jóvenes.

Para la persona, la vida es como una tarea, como un 'que-hacer', que no viene determinado por la biología como en el caso de los animales. La vida entera del hombre sobre la tierra tiene carácter de una respuesta a la llamada del Creador. El proyecto divino lo ha de hacer realidad cada hombre.

Lo que define la calidad de la persona es situarse lo más próxima posible al cumplimiento del proyecto que la Sabiduría Creadora tuvo al llamarla a la existencia. Realizar el proyecto divino sobre mí es lo que realmente importa.

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