boda ¿Por qué la celebración de una reunión extraordinaria de Obispos sobre la familia y el matrimonio? Porque esas importantes instituciones están en crisis, debido a que la revolución sexual separó el sexo del amor, del matrimonio y de los hijos, haciendo de la sexualidad un valor absoluto, un ídolo.

Ello ha afectado también a los católicos, muchos de los cuales, confundidos por estas ‘doctrinas llamativas y extrañas’ (Heb 13,9), han tomado decisiones equivocadas sobre su propio matrimonio, de manera que ahora se hace necesaria una gigantesca labor de consejería y sanación para muchas parejas.

Hay que volver a las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia.

Basada en la Sagrada Escritura y en la lógica, la Iglesia enseña que el acto sexual no es algo trivial, sino que, por el contrario, tiene un profundo significado.

El acto sexual simboliza una entrega amorosa total, exclusiva, para siempre y abierta a la vida, entre un varón y una mujer. Simboliza exactamente todo lo que significa el amor verdadero.

Se realiza entre personas, y las personas no admiten ser utilizadas, y no pueden ser tratadas como un objeto de uso, ni como medio para obtener un fin. La única actitud adecuada y justa hacia la persona es el amor, el amor verdadero.

Por consiguiente, las relaciones sexuales se realizan de una forma verdaderamente humana sólo si son parte integrante del amor por el que un hombre y una mujer se comprometen total y mutuamente hasta la muerte.

            Si no cumple esas condiciones; si el acto sexual no es manifestación de esa entrega generosa y total de sí mismos, en palabras de Juan Pablo II, ese acto sexual es una mentira.

            ¿Por qué es una mentira? Porque una entrega no es total si alguno se reserva algo para sí mismo. Si una de las partes se reserva para sí la posibilidad de decidir más delante de otra manera, o de cambiar de opinión en el futuro, su entrega no es total.

Esta donación amorosa total define precisamente lo peculiar del matrimonio. Basta recordar la fórmula que se lee al casarse. En el matrimonio ambas partes se comprometen a no cambiar de opinión en el futuro sobre lo que ahí dice (fidelidad para siempre).

De ahí que la norma de la  Iglesia según la cual el acto sexual se debe reservar  para el matrimonio, no es una norma caprichosa, sino que es una exigencia íntima del verdadero acto de amor sexual. El acto sexual expresa lo que el matrimonio representa: una entrega total, exclusiva, para siempre y abierta a la vida.

Es entonces cuando los niños nacen en las condiciones apropiadas a sus necesidades y a su dignidad. Por todo esto, la relación entre sexualidad y matrimonio es esencial.

            Hoy en el mundo muchos niños que habrían de nacer como resultado de relaciones pre-matrimoniales o extra-matrimoniales, son asesinados dentro del vientre materno. No es raro que lo que comienza como fornicación termine en aborto.

Y muchos de los niños que nacen  en esas circunstancias (fuera del matrimonio), son criados en condiciones desfavorables. Nacen, pues, con desventaja.

            Uno puede amar de forma total sin tener sexo. Pero no debe tener sexo si su entrega no es total. Por eso, quienes dicen amarse totalmente y tienen sexo sin casarse, deberían poner a prueba su amor absteniéndose de sexo. Y, si pasan la prueba, deberían preguntarse por qué no se casan.

            La relación sexual entre no casados no es igual al amor fuerte y genuino del matrimonio, donde los cónyuges se comprometen entre sí por entero con valentía y sin reserva alguna.

La actividad sexual sin el amor profundo, comprometido y responsable que es propio de los esposos, suele terminar en ruptura, pues produce, tarde o temprano, desencanto y sufrimiento.

Alguien dirá: “También hay matrimonios que no funcionan”. Cierto, ello se debe, sobre todo, a la poca preparación; de modo que no todos los matrimonios se basan en un amor total. Pero el verdadero amor conyugal está constituido por una decisión incondicional de fidelidad. Los que no están casados no tienen ese compromiso de fidelidad. No se han entregado el uno al otro mediante un consentimiento incondicional e irrevocable.

Los que ejercen una vida sexual sin estar casados se equivocan si piensan que su amor es como el amor conyugal.  Por el contrario, es una forma de compartir la vida en una entrega sólo parcial. Y el ser humano merece más.

Si el amor de la pareja no casada fuera tan grande como dicen que es, dicha pareja no tendría inconveniente en comprometerse en matrimonio.

Pero en realidad, al no casarse, rechazan la sustancia del amor, que consiste en comprometerse totalmente.

Lástima, porque el matrimonio defendería su amor contra las veleidades y los altibajos que son propios del sentimiento humano.

Hay un mandamiento que dice: “No fornicar”, o “no cometer adulterio”. Pero debemos comprender que la fornicación y el adulterio son malos no porque Dios los haya prohibido, sino que Dios los ha prohibido porque son malos. De lo contrario, Dios no los habría prohibido.

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