María como esposa. Hay un aspecto de la vocación de María que ha sido poco reflexionado pero que tiene una gran importancia. Es el aspecto de María como esposa, como cónyuge. María estaba casada con José. Ciertamente, Jesús fue concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo (para Dios no hay nada imposible. Maravillas hizo en mí el Poderoso). Pero Jesús nació dentro de un matrimonio; el matrimonio formado por José y María de Nazaret.

No es extraño oír hablar del rol de María como Virgen y Madre; no es extraño oír hablar del rol de San José como esposo de María. En cambio poco se habla del rol de María en cuanto esposa de José.

      Sin embargo, es esencial este aspecto en la Sagrada Familia; y queda muy claramente subrayado en las lecturas bíblicas propias de los días de Adviento-Navidad, que están tomadas del capítulo 1 de Mateo y de los capítulos 1 y 2 de Lucas. Veamos:

      "La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: 'José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo'... Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer" (Mt 1,18-24).

      "El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1,26-27).

      "También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta" (Lc 2,4-6).

      Resulta entonces que la vocación de María no es doble (virgen y madre), sino triple: Dios la llamó y ella contestó sí, para ser virgen, madre, y esposa. Fue madre siendo virgen, lo cual resulta imposible para los hombres. Es un caso misterioso, único e irrepetible. Y en ese sentido inimitable.

Pero fue también virgen siendo esposa o cónyuge. Esto también parece difícil, pero no deja de tener aspectos imitables. Creo que no hemos meditado suficientemente los aspectos implícitos en a vocación de María como esposa. Aspectos que sí son imitables.

            Esta dimensión de María como esposa, adquiere un acento peculiar para todas las mujeres. María vivió desde jovencita, su respuesta a la llamada de Dios, como esposa, al lado de su marido. “Por lo tanto, se puede afirmar que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María, la Iglesia ve reflejos de los más altos sentimientos de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo” (Redemptoris Mater, Juan Pablo II, 1987).

      En el rito católico del sacramento del Matrimonio, inmediatamente después del Padrenuestro, se incluye una bendición de los esposos. En esa oración se pide para la esposa: “Concede, Señor, a tu hija, el don del amor y de la paz y que siga siempre el ejemplo de las santas mujeres, cuya alabanza proclama la Escritura”. Que sigan, pues, las esposas cristianas el ejemplo, en primer lugar, de María, la esposa de José.

      En realidad todos los matrimonios deben pensar con frecuencia en el profundo amor que unió siembre a esta pareja de esposos, formada por José y María. Y deben practicar constantemente el respeto que ellos se profesaban el uno al otro en la convivencia de cada día, dentro y fuera del hogar.

      Ellos, como nadie, cumplieron las recomendaciones de San Pablo a los efesios (5,21ss): “Respétense unos a otros, por reverencia a Cristo: que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor… Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia… Así los maridos deben amar a sus esposas, como cuerpos suyos que son”.

      Y San Pedro (que era casado), escribe en el capítulo tres de su Primera Carta: “Ustedes, mujeres, sean respetuosas con sus maridos… No se preocupen tanto del adorno exterior. Los peinados, las joyas y los vestidos, sino de adornar interiormente el corazón con la belleza inalterable de un espíritu apacible y sereno. Esto es lo que vale a los ojos de Dios.”

      Propongo a todas las mujeres que ya son esposas o que lo serán pronto, que tengan una profunda devoción a María de Nazaret, en su calidad de esposa. Confíenle su vocación conyugal.

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