¿Matrimonio o independencia? En nuestros países centroamericanos la mayoría de las jóvenes todavía miran hacia su futuro matrimonio con ilusión. Pero, en otros países, alguien ha calculado que las jóvenes sienten que pierden un 30% de independencia si se comprometen con una pareja; y si tienen hijos pierden el oro 70% de independencia. Por eso muchaas jóvenes ya no se casan ni quieren tener hijos.

En el caso de los varones, la pérdida de independencia suele ser menor.

Las feministas extremas defienden la siguiente teoría:

 

El matrimonio y los embarazos dificultan el desarrollo de la mujer y le impiden ocupar el papel que le corresponde en la sociedad. La fertilidad debe ser controlada por todos los medios (instrumentos mecánicos, medios químicos u operaciones quirúrgicas), sin excluir el aborto. De esa manera, la continencia sexual es innecesaria y se da vía libre a las prácticas sexuales más variadas, sin necesidad de casarse. El matrimonio, el embarazo y la maternidad contribuyen a que los hombres exploten a las mujeres como “máquinas de hacer niños y esclavas domésticas”, a la vez que les niegan una participación igualitaria en los papeles directivos, económicos y sociales, que incluyen facilitar el uso del tiempo libre. Hay que liberar las relaciones sexuales de las responsabilidades del matrimonio y de la maternidad.

 

Parece ser, entonces, que el valor supremo es la “independencia” personal.

Surge así la siguiente pregunta: ¿No habrá un valor superior a la independencia, de manera que las personas estén dispuestas a perder cuotas de independencia para casarse y tener hijos? ¿Qué opinas? ¿Cuál será ese valor?

Ese valor existe y se llama amor. Vale la pena perder cuotas de independencia para entregar la vida por alguien a quien se ama de verdad. Los enamorados lo entienden.

Y la Iglesia también lo entiende: "El ser humano no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Concilio Vaticano II).

Si la independencia total es nuestro valor supremo, estamos planteando la vida de forma egoísta. No amamos a nadie y nadie nos amará. Envejeceremos solos y tristes. Es dando amor como uno recibe amor.

Aquellos que pretenden ser muy autónomos e independientes, y por eso no se casan ni quieren tener hijos, recuerden que  tienen mucho que agradecer a todas las personas que les han dado tanto, de sí mismos a lo largo de sus vidas, como sus padres, hermanos y otros familiares, amigos, profesores, etc; una herencia que, a la vez, todos debemos entregar también a las generaciones que están por venir

Dios nos ha creado por amor y para que amemos. La mayoría de seres humanos realiza esta vocación al amor, en el matrimonio: amando al cónyuge y criando y educando a los hijos. El amor nos da plenitud y muchas satisfacciones, hace que nos realicemos como personas, nos hace felicidad. ¡Qué mayor orgullo, tanto para el varón como para la mujer, que poder decir al final: “He sacado adelante una familia: con sacrificio, pero con gran satisfacción”! El amor verdadero no sólo está dispuesto a sacrificar cuotas de independencia, sino que está dispuesto a dar la vida por la persona amada (Jn 15,13). Juan Pablo II tiene esta frase: “Hay personas que tratan de ridiculizar, o aún de negar, la idea de un lazo fiel que dure toda la vida. Estas personas –puedes estar seguro-, no saben qué es el amor”.

No nos olvidamos de mencionar lo más importante, que es el plan de Dios sobre el hombre y la mujer, desde la Creación: “Dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza; …Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: -Sean fecundos y multiplíquense” (Gn 1,26.28).

“El Señor Dios dijo: -No es bueno que el hombre esté solo;  voy a hacerle una ayuda adecuada… El Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: -¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! …Por eso el hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne” (Gn 2,18.23-24).

El pecado original complicó las cosas. Pero para eso vino Cristo, para cambiar nuestros corazones de piedra en corazones de carne.

¡Señor, enséñanos a amar!

 

Las aspiraciones de las feministas extremas ya fueron puestas en práctica por primera vez en la Rusia comunista. Se les puede preguntar a aquellas mujeres rusas qué tan liberadas y felices se sintieron. Ellas han testificado que eran iguales a sus camaradas varones en los papeles directivos, económicos, laborales y sociales. Pero, al mismo tiempo, acumulaban abortos y, después de la jornada laboral, tenían que enfrentarse con los trabajos de la casa pues su pareja sexual no por estar en unión libre dejaba de ser machista.

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