Imágen disponible en línea. Ser cristiano o no ser cristiano, no es algo indiferente. No es algo que uno escoge sólo si le gusta. Pero que igual podría escoger lo contrario, y no pasa nada. No es lo mismo estar que no estar bautizado, puesto que el bautizado es partícipe de la vida divina.

            Tener una determinada conducta, o tener una conducta opuesta, no es indiferente.

Lo mismo pasa con ser católico o miembro de otra iglesia. Tampoco es lo mismo para un católico, participar en la Eucaristía los domingos o no asistir a Misa; comulgar en la Misa o no comulgar, vivir en gracia de Dios o no; conservar la unión con Dios o perder la Gracia divina por el pecado. No da lo mismo vivir confiando por entero en Dios o vivir como si Dios no existiera; cumplir los mandamientos de la ley de Dios o no cumplirlos; sacrificarse por amor a los demás o vivir preocupado sólo por el propio bienestar.

No son cosas opcionales, como elegir entre un café o un té, o entre un supermercado u otro. Está de por medio la Verdad, la bondad, y la propia realización.

Está de por medio la felicidad y la salvación. Hay una forma correcta de hacer las cosas y hay formas incorrectas. Distintas acciones tienen distintas consecuencias para uno mismo y para los demás.

Escoger entre creer o no creer, entre una religión y otra, entre el bien y el mal,  no es como escoger entre un restaurante u otro.

Cuál es tu elección y cómo la justificas ante ti mismo, ante tu conciencia.

 

Hay muchas preguntas que requieren nuestra atención:

¿Por qué hay tanto católico no practicante? ¿Por qué hay tantos cristianos indiferentes a la muerte en la cruz de Dios hecho hombre, para salvarnos? ¿Por qué tantos católicos desprecian la invitación a participar en el banquete eucarístico? ¿Por qué a muchos les interesa más un partido de fútbol? ¿Cómo se puede vivir habitualmente en pecado, o esclavo de un vicio sin sentir la necesidad urgente de liberarse?

¿Cómo se explicaría todo el Universo, sin la existencia del Creador? ¿Qué esperamos para después de nuestra propia muerte? ¿Podemos vivir, trabajar, sufrir, amar, sin una esperanza de vida eterna feliz? ¿O creemos que tenemos garantizada una felicidad eterna viviendo de cualquier manera? ¿Será que todos correremos la misma suerte sin importar lo que hagamos? ¿O creemos que después de la muerte no hay nada?

¿O será que Dios no existe y, si Dios no existe, todo es permitido? Quiere decir, por ejemplo, que quienes han pasado toda su vida corrompiéndose y corrompiendo a la juventud; los que explotan y abusan, lucran con el licor, con drogas, con pornografía y prostitución, con tráfico de personas, con armas, los torturadores y violadores, los que causa guerra espantosas o cometen genocidios, los que practican miles de abortos para enriquecerse, los terroristas, los que abusan sexualmente de menores, o aprueban leyes inicuas,... sin jamás enmendarse, ¿nunca tienen consecuencias estas acciones para quienes las hacen? ¿Qué clase de mundo sería este?

Y quienes han sufrido las consecuencias de los abusos o han sido víctimas de engaños, injusticias; los que han sido torturados, violados, asesinados, estafados, etc., ¿no tiene, en absoluto, un Abogado que les haga justicia? Las personas que no se han dejado corromper, que han sido virtuosas y han pasado por el mundo haciendo el bien, ¿no merecen un reconocimiento?

¿No representa Cristo Resucitado la seguridad de que el mal tienen un final y que las cosas van a cambiar de una vez para siempre?

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