La vida humana es invaluable. La 'interrupción voluntaria del embarazo' es otra expresión que se utiliza para referirse al 'aborto legal'. Con ambos nombres el resultado es el mismo: se mata al hijo.

            Lo más inquietante es que se quiere presentar como auténtico derecho y expresión de libertad, lo que en realidad es un atentado contra la vida humana. Irónicamente, resulta  'legal' matar a un ser humano inocente e indefenso.

            Se trata, por supuesto, de leyes carentes de validez que, por lo tanto, no merecen el mínimo respeto, ya que lo que intentan es imponer violentamente la ley del más fuerte. Esto convierte a los Gobiernos en asociaciones bien organizada para delinquir. Y ello, a pesar de que las Constituciones nacionales, señalen la promoción y la defensa de la dignidad humana como objetivo y fundamento del Estado.

            Para Juan Pablo II, la interrupción voluntaria del embarazo constituye la “derrota del Estado”.

            Así lo dijo el 11 de octubre de 1985 al Consejo de la Conferencia Episcopal Europea: “Algunos consideran la legislación permisiva del aborto como la afirmación de un principio de libertad. Cabe preguntarnos si no es más bien, el triunfo del principio de un bienestar material  egoísta sobre el valor más sagrado, el de la vida humana. Se ha dicho que la Iglesia ha sido derrotada, porque no ha logrado que se respete la norma moral. Pero yo creo que en este fenómeno, tristísimo e involucionista, el que ha sido derrotado es el hombre, es la mujer. Ha sido derrotado el médico, que ha renegado del juramento y del título más noble de la medicina: la defensa y salvación de la vida humana. Ha sido derrotado sin duda el Estado, que ha renunciado a la protección del fundamental y sacrosanto derecho a la vida, para convertirse en instrumento de un supuesto interés de la colectividad y que en ocasiones se muestra incapaz de tutelar la observancia de sus mismas leyes permisivas.”

            En realidad, la interrupción voluntaria del embarazo pone en duda si los Estados modernos son verdaderas democracias. Ya que niegan el derecho a la vida. Y niegan la igualdad de los seres humanos, mediante mecanismos artificiales de discriminación. En efecto, hay discriminación cuando el bienestar de algunas personas se antepone al valor de la vida de otras personas.

            Como escribe Carlo Casini: Sólo se reconoce valor a las vidas jóvenes, sanas y productivas.

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