El amor es más importante que la sexualidad. Los programas oficiales de educación sexual que se ofrecen a los niños en las escuelas tienen como objetivo dar una información biológica suficiente para poder evitar las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados.

Pero, Según Polaino-Lorente (Lexicón, 321), muchas veces, dichas clases constituyen una simple introducción a la práctica de la anti-concepción y del llamado ‘sexo seguro’. Terminan siendo cursos que deforman, ya que incitan al alumno al abuso de la sexualidad, al empleo de métodos anticonceptivos e incluso a la práctica del aborto.

Por la sexualidad la persona es capaz de una donación interpersonal específica: la donación conyugal. Es un gran don de Dios, que ha puesto en el cuerpo humano la capacidad de engendrar, haciéndonos partícipes de su poder creador. La sexualidad es un don de Dios al servicio del amor verdadero y de la procreación.

            El amor es más importante que la sexualidad. Ningún enamorado renunciaría a su amada por una ‘dosis’ adicional de sexo. Amar es descubrir que la propia felicidad depende de que sea feliz la persona a la que se ama. Amar consiste en subordinar la felicidad propia a la felicidad de la otra persona.

De forma misteriosa, pero indiscutible, el enamorado quiere a la amada por sí misma, por ser quien es, y no tanto por el placer que la amada pueda proporcionarle.

Es en ese contexto donde la relación sexual adquiere todo su significado. Cuando esto sucede, la persona amada da sentido a todo lo que se hace, se siente y se piensa.

Una entrega corporal que no fuera a la vez entrega de toda la persona para siempre, sería en sí misma una mentira, porque considera el cuerpo como algo simplemente exterior a mí, como una cosa de la cual puedo disponer, y no como el propio yo, la propia realidad personal. En ese caso no hay entrega, porque ninguno de los dos se da al otro personalmente, sino que ambos se utilizan recíprocamente, sólo en lo que se refiere a sus cuerpos.

¿De qué le sirve al hombre o a la mujer compartir el cuerpo del otro, si el otro le es extraño, dado que son ignorados sus más íntimos pensamientos, deseos, sentimientos e ilusiones? ¿Por qué conformarse con solo la satisfacción del cuerpo, durante apenas unos instantes, renunciando a darse del todo y para siempre?

“La sexualidad humana no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona (el alma). La sexualidad se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte (el matrimonio). La donación física total sería una mentira, si no fuese el signo y el fruto de la donación personal total” (Juan Pablo II, Familiaris consortio 11).

Es maduro quien cumple lo que promete; quien es capaz de comprometerse, de forma estable, en una unión con la otra persona, solo con ella (exclusividad) y para siempre (fidelidad).

La infidelidad consiste en querer retirar lo que se había dado. Olvidamos que, por haberlo dado, ya no le pertenece a uno. La infidelidad consiste en optar exclusivamente por uno mismo renunciando al compromiso que se adquirió con la otra persona.

La formación religiosa de la sexualidad es hoy el mejor procedimiento para rectificar, rescatar y dignificar la conducta sexual humana.

El comportamiento sexual también ha sido querido por Dios. Y querido según un cierto ordenamiento: aquel ordenamiento que dignifica y satisface plenamente el ser profundo de la persona. La educación en la castidad será muy difícil, si no se toma en cuenta la dimensión religiosa del ser humano.

El placer que suscitan los actos sexuales debe subordinarse a otras finalidades más importantes, como el amor verdadero, el vínculo estable y duradero, la posibilidad de la paternidad-maternidad.

En cuanto a la información que se debe proporcionar a los hijos: llegar antes es mejor que llegar tarde. En ningún caso los padres han de dejar sin respuesta las preguntas que sobre este tema sus hijos les hagan.

El muchacho debe entender que todo lo sexual está ordenado al fin último del matrimonio y de la familia; que todas las fuerzas sexuales deben estar subordinadas al amor verdadero. 

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