Amarás a tu prójimo... Ante este mandamiento de Jesús, cabe preguntarse: Pero, ¿es compatible el amor al otro y el amor a uno mismo? ¿Es realmente posible amar al otro gratuitamente? ¿No es cierto que sacrificarse por el otro representa una amenaza al propio bienestar?

            En verdad, la tradición cristiana nunca ha visto oposición entre la plena renuncia de sí por amor al prójimo, con la plena realización de sí (el amor a uno mismo). ¿Cómo es esto posible?           La explicación tenemos que buscarla en Jesús.

            Ciertamente el modelo supremo del amor es Cristo crucificado. O mejor, hay que decir que es Cristo crucificado y resucitado.

            Jesús entendió que lo mejor para sí mismo era confiar totalmente en su Padre y abandonarse en el cumplimiento de su voluntad. Por eso en el momento más difícil de su vida dirá: “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt 26,39).

            Jesús sabe que al renunciar a sí mismo para adherirse al Padre, el Padre mismo se hace cargo de él y de su victoria final.

            Y, en efecto, el Padre lo resucitó.

            Lo mismo vale para nosotros: El movimiento instintivo con el que el ser humano busca satisfacer sus propios deseos puede desembocar en el acto más generoso de entrega desinteresada a los demás; puede ser compatible con la renuncia al propio bienestar inmediato.

            Pero ello es posible sólo si confiamos en que Dios se preocupa de nuestra propia realización o salvación o felicidad. Confiamos en que Él lo consigue mejor que si esa realización dependiera de nosotros mismos.

Dios es poderoso y nos ama. Él puede cuidar de nosotros mejor de lo que nosotros podemos cuidar de nosotros mismos.

Si confío en Dios totalmente, puedo despreocuparme de mí mismo y eso me deja tiempo para preocuparme de los demás. Así sucede que el ser humano solo se realiza en la medida en que ama.

Confiamos en que Dios nos resucitará. Y aprendemos también nosotros a decir: “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”.

Todo esto nos ayuda a comprender frases evangélicas como esta: “Quien intente guardar su vida (por su propia cuenta), la perderá; y quien la pierda (por seguir a Jesús), la conservará” (Lc 17,33).

O esta otra: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna” (Mt 19,29).

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