Misterios de la fe. El cristianismo está lleno de misterios incomprensibles. Por eso muchos afirman: “Lo que yo no entiendo, no existe”. Pero esta afirmación no es lógica. Es como si un ciego dijera: “Lo que yo no veo, no existe”. No solo para el invidente, sino para todos nosotros hay muchas cosas que no vemos y, sin embargo, sí existen. No tiene nada de extraño que haya realidades que no entendemos. Y tal vez son las realidades más importantes de la vida.


De todos modos, hasta donde sea posible, sí debemos buscar razones para creer. ¿Por qué creemos misterios tan difíciles como que Dios es uno solo pero que es una familia de tres personas que se relacionan y se aman entre sí? ¿Por qué creemos que el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, se hizo hombre; de modo que Jesucristo es Dios y hombre verdadero? ¿Por qué creemos que María concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón? ¿Por qué creemos que después de la consagración de la Misa, lo que era pan y vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo? ¿Por qué creemos que Jesucristo resucitó después de su muerte y que también nosotros vamos a resucitar?
No entiendo estos misterios de la fe, pero tengo motivos para creer en ellos. Voy a indicar algunos de esos motivos:

- Porque Dios nos ha otorgado el regalo de la fe. Y estamos sumamente agradecidos por ello. “Creo, Señor, pero aumenta mi fe” (Mc 9,24).
- Porque la inmensidad, el orden y la belleza del Universo son de nivel divino.
- Porque solo Jesucristo tiene palabras de vida eterna.
- Porque Cristo ha dado suficientes pruebas de que está vivo: primero ante los Apóstoles, y luego a todo lo largo de la Historia.
- Porque todas las verdades que Jesús nos enseñó con sus palabras, toda la coherencia y santidad de su vida, y el amor que nos demostró con sus obras (sobre todo con su pasión y muerte), no pueden ser algo solo humano.

Desarrollaré brevemente este último argumento.
Pensemos en algunas de las enseñanzas de Jesús, como las Bienaventuranzas de Mt 5,3-10. No hace falta copiarlas porque las conocemos. Aquellos que tienen ‘oídos para oír' no pueden escuchar estas palabras sin sentirse atraídos por Jesús. Con su gloria sobrenatural estas palabras iluminan el mundo como una luz divina. Son palabras muy suaves, pero trastornan el mundo. Nos permiten respirar el olor del cielo y saborear de antemano la felicidad.
Veamos otro texto. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘no matarás', pues quien mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se encolerice contra su hermano será reo de juicio, y el que llame ‘estúpido' a su hermano será reo ante el Sanedrín, y el que lo llame ‘necio' será reo del fuego del infierno" (Mt 5,21-22). Un nuevo mundo se abre ante nuestras mentes; escuchamos palabras con un sonido sobrenatural a medida que la gloria de la divina caridad se despliega delante de nuestros ojos. El carácter infinito de esta caridad nos deslumbra. Todos los obstáculos y todos los límites del amor quedan superados. Actitudes que en el nivel natural parecen justificadas, son incompatibles con el amor o incluso pecaminosas. El mandamiento de la caridad alcanza profundidades desconocidas: no sólo los hechos que dañan a nuestro prójimo, sino incluso las palabras duras son incompatibles con la caridad. Y no sólo nuestro prójimo, también nuestro enemigo merece que se le trate con caridad. El reino de la caridad ya no tiene ninguna restricción ni límite, supera victoriosamente todos los límites naturales. Es un reino de amor, de justicia y de paz.
Otro ejemplo: 1Co 13,1-7: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. ¿Les parece esto una enseñanza puramente humana?
Podríamos también referirnos a la necesidad de perdonar 70 veces 7, o al cuestionario del Juicio Final (‘Dar de comer al hambriento’, etc., de Mt 25).
Por último, menciono lo más tremendo: la pasión y muerte de Jesús (“No hay amor más grande que dar la vida por los que uno ama” (Jn 15,13). Aquí nos enfrentamos a su acto de caridad definitivo. Incluso Cristo pide al Padre el perdón para sus asesinos, y les disculpa por su ignorancia. El Hijo del Hombre coloca sus brazos protectores delante de sus asesinos.
El abajamiento en su debilidad humana es tal, que le lleva a recurrir a la ‘misericordia’ de sus verdugos. El que cambió el agua en vino, y alimentó a 5.000 personas con 5 panes, ahora, en el supremo momento de su sacrificio, dijo: “Tengo sed”.

La belleza, verdad, amor y santidad que manifiesta la obra de Jesús se extiende a toda la Biblia. La Biblia no puede ser obra solo humana, puesto que mantiene coherencia y continuidad de pensamiento en una colección de más de 70 libros, escritos a lo largo de un periodo de tiempo superior a los 1000 años, por más de 40 autores que no se conocieron entre sí, que hablaban distintos idiomas y pertenecían a distintas épocas y culturas. Resultando la Historia de la Salvación.
Al conocer a Jesús nos sentimos necesariamente abrumados por la cualidad completamente nueva de un amor que supera infinitamente incluso el amor natural más noble. Frente a su amor, frente a su santidad inefable y su deslumbrante belleza, todas las categorías humanas resultan ridículas. SOLO EL AMOR CONVENCE; SOLO EL AMOR ES DIGNO DE FE.

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