“¿Por qué prospera el camino de los impíos?” Algunos hombres pensaban que los galileos a quienes Poncio Pilato había mandado matar mientras ofrecían sacrificios, eran más pecadores que los demás galileos: “Por ser pecadores les pasó lo que les pasó”. Lo mismo se pensaba de aquellos 18 que murieron aplastados por la torre de Siloé. Jesús les enseñó que la cosa no es así de simple (Ver Lucas 13,1-5).

En esta tierra no existe una relación directa entre los pecados que tú o yo cometemos, y los males físicos que tú y yo sufrimos. Tendemos a creer que es así. O que así debería ser: “¿Sufriste un accidente? Algún pecado has cometido.”
Pero la misma experiencia de cada día nos demuestra más bien lo contrario. Se oye constantemente decir: “¿Por qué me sucede a mí esta desgracia, si yo soy bueno?” Lo cual nos parece injusto. Sobre todo si, al mismo tiempo, vemos prosperar a los malos. Y por tanto quedamos confundidos. Ya lo decía el profeta Jeremías 12,1: “¿Por qué prospera el camino de los impíos?”
Pues bien, es cierto que el mal tiene su origen en la separación de Dios. O sea, en el pecado, lo cual se dio desde Adán y Eva. Por eso hay tanto sufrimiento en el mundo.
Para evitarnos esos sufrimientos, vino Cristo. Y se enfrentó al mal como un pararrayos en medio de la tempestad. Él asumió el poder destructivo del pecado y lo anuló, para evitar que nos aniquilara. De esa forma se garantiza la bienaventuranza eterna después de la muerte física, a todos los que creen.
Pero, entre tanto, el sufrimiento llena la tierra. El sufrimiento en esta tierra se pasa llevando a todo el que encuentra por delante. De modo que, muchas veces, los justos pagan por los pecadores. Como le pasó a Jesús: el único justo e inocente. Porque, en realidad, debemos reconocer que, quien más quien menos, todos somos pecadores
La justicia a la que todos aspiramos, y por la que consideramos que vale la pena esforzarse por ser buenos, se aplicará en el día del Juicio. No antes.
Jesús, a sus seguidores, no les prometió dinero y bienestar para esta vida, sino una cruz (piensa en los mártires). De manera que esperamos la victoria final, la resurrección, la felicidad y la vida eterna, donde no habrá más llanto ni aflicción. Pero eso será al final. Entre tanto, en este valle de lágrimas, el mal se distribuye parejo.
Más bien debemos recordar que, si no nos convertimos, todos pereceremos igualmente.
“Que no nos haga vacilar el hecho de que los malos se enriquecen mientras los siervos de Dios viven en la estrechez. Nosotros sostenemos el combate de la fe con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue enseguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al premio, y no por amor a Dios. Por esto los juicios divinos a veces nos hacen dudar, porque no vemos aún las cosas con claridad” (De una homilía del siglo II).
¿Por qué alguna de las promesas de Dios parecen incumplidas? ¿Por qué algunas oraciones parecen sin respuesta y algunos sucesos aparentan ser injustos? Precisamente porque la tierra no es nuestra última morada. Pero espera; aquí no acaba la historia. Todas las promesas de Dios se cumplirán, todas las oraciones son escuchadas, todas las injusticias serán juzgadas.
Es normal que muchos de nuestros anhelos nunca sean satisfechos en esta tierra. Son normales las frecuentes decepciones. No somos completamente felices aquí, porque no se supone que lo seamos. Sólo Dios hace feliz al ser humano. La tierra no es nuestro hogar final. Hemos sido creados para algo mucho mejor. En la tierra nos sentimos como peces fuera del agua.

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