El matrimonio de los no - cristianos El matrimonio es una institución natural, que se remonta al Creador (Adán y Eva). Éste es el único verdadero matrimonio que existe, y es el mismo para todos los tiempos, pueblos, y culturas. El matrimonio es una institución anterior al cristianismo. No se trata de una institución específicamente cristiana.


Y consiste en la mutua entrega pública, total y definitiva, por amor, entre un varón y una mujer. Las dos finalidades del matrimonio fueron fijadas desde ‘el principio’:
a) Complementarse mutuamente en la vida por medio del amor (Gn 2,18.23-24: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada... ¡Esta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos!... Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”).
b) Para procrear y educar nuevos seres humanos (Gn 1,27-28: “Creó Dios al ser humano a su imagen y semejanza: varón y mujer los creó. Y les dijo: Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”).
La diferencia sexual entre el varón y la mujer es, pues, complementaria y tiene como objetivo el amor o ‘don-de-sí’ conyugal, y la procreación.
La sexualidad es un don de Dios que debe ponerse al servicio de valores tan importantes como el amor verdadero y la procreación. Hablamos de pro-creación (y no de reproducción), porque Dios es quien crea el alma cuando un nuevo ser humano es concebido.
Fuera de este contexto de amor comprometido, el uso de la sexualidad no está a la altura de tan excelsa finalidad.
En base a lo dicho, podemos resumir la ética sexual diciendo que todo acto sexual humano debe ser conyugal; y todo acto conyugal debe ser abierto a la vida.
Todo matrimonio es válido, aunque los contrayentes no sean cristianos, siempre que cumpla las condiciones que le fueron establecidas por Dios en ‘el principio’:
1-Heterosexualidad (un varón con una mujer). Esto posibilita la fecundidad y la complementariedad.
2-Monogamia (fidelidad al cónyuge único).
3-Indisolubilidad (voluntad de permanecer juntos hasta la muerte).
4-Apertura a la vida.
En definitiva, éstas son las condiciones propias del amor verdadero: la entrega total. Pensadores antiguos que no tuvieron ninguna relación con el judaísmo o el cristianismo como Sócrates, Platón, Aristóteles y Plutarco, así como textos estoicos y pitagóricos, localizan las relaciones sexuales dentro del matrimonio, condenan el adulterio y cualquier conducta no procreadora. En todas las culturas y religiones encontramos matrimonios admirables en fidelidad hasta la muerte.
Por supuesto que muchas culturas y religiones no exigen todas las condiciones mencionadas y, por lo tanto, esos matrimonios no son completos. Pero ello no se debe al hecho de que los cónyuges no sean cristianos.
Esto ayuda a comprender por qué Moisés permitió el divorcio: Porque el pecado original tuvo consecuencias también en este campo. De ahí que la Revelación y la Redención de Jesucristo tengan una consecuencia iluminadora y sanadora para la familia.
El matrimonio cristiano es el mismo matrimonio natural, ya descrito, que se remonta al Creador en ‘el principio’. Jesús no lo cambió. Eso sí, lo elevó al rango de sacramento. Lo que significa que los esposos bautizados, quedan unidos directamente a la entrega total que Jesús hizo de su propio cuerpo en la cruz, por amor a su propia Esposa la Iglesia. Por eso, para los bautizados no es suficiente el matrimonio civil, si quieren ser coherentes con su bautismo.
Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús sobre el divorcio en Mt 19, 3-11, Jesús se remitió 'al principio', o sea, a Gn 1-2. Y dijo: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Y añadió: No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Es claro que, sin el ‘don’ de la gracia de Dios, es poco menos que imposible perseverar en el verdadero amor de entrega total, debido a la herida del pecado original. Herida que Jesús vino a curar.
Al acoger la Gracia de Cristo en el Sacramento del Matrimonio uno puede, aún con dificultades, emprender el camino de la entrega total por amor. Jesús da la fuerza para vivir el matrimonio en la dimensión ‘del principio’. Por lo tanto, ¡sí se puede!

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