fracaso y exito El fenómeno de la moralidad lo conoce todo el mundo, porque es una de las experiencias fundamentales del ser humano. El ser humano siente atracción por ciertos valores (la justicia, la lealtad, la verdad, el amor, etc.), que exigen ser reconocidos y jamás traicionados. Percibimos, misteriosamente, una llamada a ser justos, ser leales y ser sinceros. Ello nos exige renunciar a los comportamientos opuestos, aunque sean atractivos. Sentimos que debemos renunciar a mentir, hacer trampa, robar, etc.

 

Todos nos sentimos vinculados a la moralidad. El bien moral posee propiedades específicas que lo distinguen de cualquier otro bien:
1º La persona humana se siente impulsada a hacer el bien. Juzgamos digno de alabanza el cumplimiento de los valores morales. Sentimos que somos responsables de lo que libremente elegimos.
2º Cumplir o incumplir el deber moral produce un efecto particular en nuestra conciencia. Cuando obramos mal, resuena en nuestra conciencia un juicio de condena que no podemos evitar. Cuando hacemos lo correcto nos embarga una agradable sensación.
3º El bien moral es algo que debe ser exigido absolutamente a toda persona humana. No es admisible para la sociedad que una persona sea injusta, ladrona o mentirosa.
4º Los valores morales son los más grande de todos los bienes humanos. De modo que, a su lado, los demás valores son secundarios. De ahí su importancia. Nunca deben ser descuidados y tienen valor por sí mismos, independientemente de cualquier otro fin o circunstancia.
El bien moral es lo que define al ser humano como persona. Por el bien moral se llega a ser un hombre bueno que realiza su identidad como ser humano. De ahí el profundo malestar que experimentamos cuando traicionamos un bien moral. Experimentamos una ruptura en nosotros mismos; sentimos que perdemos la propia razón de ser. Sentimos que nos envilecemos. El valor moral aparece como el único verdaderamente necesario para no rebajar la dignidad de la persona.
¿En qué se fundamenta esta fuerza de los valores morales? La fuerza del valor moral se basa en la dignidad de la persona humana que siempre debe ser respetada. Y la dignidad de la persona humana proviene de haber sido creada por Dios a su imagen y semejanza. Por eso el hombre, además de cuerpo, es también esencialmente un espíritu (alma), lo cual posibilita conocer a Dios y relacionarse con Él. Por eso solo el ser humano razona y es libre.
Si la dignidad del ser humano no se fundamenta en Dios, ¿en qué podrá fundamentarse? Se queda sin fundamento y, tarde o temprano, será negada. De hecho, esa dignidad es negada con los abortos, la eutanasia, la explotación, torturas, abusos, violaciones, robos, infidelidades, abandonos, corrupción, trampas, mentiras, ...
Hemos sido creados para alcanzar nuestra propia realización. Dicha realización alcanza su plenitud al participar de la misma Vida de Dios. De ahí que la dignidad humana sea absoluta.
La moralidad tiende a ese mismo fin: realizarnos en Cristo como hijos del Padre. Esto es lo que asegura a la moralidad su fuerza y su consistencia.
Si el valor moral consiste en que la persona humana se realice plenamente, y la plena realización consiste en la salvación eterna, el obrar moralmente recto consiste en quererse adecuadamente a sí mismo (querer la propia salvación); y consiste también en amar a toda persona humana por sí misma (querer la salvación eterna de todos). El acto moral correcto por excelencia es el acto de amor verdadero.
Pero, ¿cómo puede, efectivamente, la criatura humana amar como ama Dios? Para que la persona pueda responder adecuadamente a dicha llamada, ha de estar habilitada por el mismo amor divino. Sin la Gracia de Dios es imposible para el hombre observar la ley moral.
Muchos han intentado una ética sin Dios. Todos han fracasado en el intento.

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