La familia es un punto de interés para la Iglesia universal. La Iglesia se interesa por la familia por tres motivos:

 

1º- Porque el matrimonio es un sacramento instituido por Cristo. Lo que hace que una persona resulte casada es el consentimiento matrimonial realizado libremente. Cuando este consentimiento se realiza entre dos bautizados, es Dios mismo quien une a los esposos: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19,6). Y los hace participar del mismo vínculo que une a Cristo con la Iglesia. No es una metáfora. Estamos hablando de una realidad producida por la acción de Cristo. Y por eso, esa realidad permanece toda la vida, independientemente del comportamiento de los esposos.
2º- Porque, como todo sacramento, el matrimonio confiere una misión específica: La misión de dar la vida y criar a los hijos. Y la misión de ser los primeros educadores en la fe. Los esposos, en esto, son insustituibles.
3º- Porque la familia está hoy en crisis. A través de procesos culturales bastante complejos, el matrimonio y la familia están siendo desarticulados. Han sido hechos pedazos. Siempre se ha podido dudar de quién es el padre. Pero hoy, hay ocasiones en que ya no se sabe quién es la madre: ¿La que puso el óvulo? ¿La que lo ha llevado en el vientre? ¿La que ha pagado el alquiler del vientre?
Un concepto tan importante como el de ‘maternidad’ ya no se sabe qué significa. Es de una gravedad inmensa, que nunca antes había sucedido en la historia de la humanidad. Se ha cambiado la misma definición de matrimonio. ¿Cómo ha podido suceder esto?
Esto sucede porque se ha perdido el respeto a la naturaleza biológica de la persona humana. Pues el hombre moderno, decide qué hacer con el cuerpo humano, sin ningún respeto por su naturaleza.
Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús si era lícito el divorcio (en Mt 19, 4.8), él remitió ‘al principio’, es decir al momento en que Dios creó al hombre y a la mujer en Gn 1-2: Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. No es bueno que el hombre esté solo. Creced y multiplicaos, etc.
Los fariseos habían encendido una luz equivocada para enfocar el matrimonio: la luz de las posibilidades humanas, es decir, la luz de lo que de hecho sucede. Mientras que el matrimonio debe ser visto a la luz del proyecto de Dios; a la luz de cómo Dios dice que deben ser las cosas.
La Iglesia ofrece una interpretación de la difícil situación que atraviesa el matrimonio y la familia. Se basa en Rm 7,22-23: “En mi interior me agrada la ley de Dios, pero en mis miembros descubro otra ley que lucha contra la ley de la razón y me hace prisionero de la ley del pecado que habita en mis miembros”.
¿Quién de nosotros no ve claramente que el amor verdadero debe ser para siempre? ¿Quién diría a su amada: “Te amaré con todo mi ser por un par de horas?” Todos entienden que el cuerpo humano es manifestación de la persona, la cual rechaza profundamente ser tratada como un objeto que solo se usa y se tira.
Así pues, por un lado, nuestra conciencia coincide con la verdad y la bondad del amor conyugal, y por otro lado nuestra concupiscencia lo desmiente a diario, en forma masiva.
A la luz de lo que sucedió en ‘el principio’ (Gn 3: pecado original), la Iglesia interpreta esta condición contradictoria del ser humano como la caída de una dignidad. Por tanto, la humanidad está necesitada de redención. Redención que afecta también al amor conyugal.
La Iglesia trata de ayudar al ser humano a tomar conciencia de su radical incapacidad para amar como se debe. La Iglesia quiere que tomemos conciencia de la necesidad de ser curados de esta herida.
El Evangelio nos habla del ‘don’ de un amor conyugal que cura al hombre y la mujer de su natural incapacidad de amarse como Cristo ama a la Iglesia entregándose a sí mismo por ella: "No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don” (Mt 19,11).
Es absolutamente necesario que exista una catequesis seria sobre el Matrimonio y la familia. En los cursos prematrimoniales hay que dejar en segundo plano los temas de sicología y otras cosas que no son lo propio de la Iglesia.

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