Señor atráenos a ti. Cada uno de nosotros, a veces, actúa por obligación y a veces actúa porque siente la necesidad de hacerlo. Cuando actuamos por obligación experimentamos dificultad. Cuando actuamos porque sentimos que es una necesidad para nosotros, experimentamos alegría. ¿De dónde proviene esta diferencia? Proviene de una misteriosa atracción que ejerce sobre nosotros la bondad y la belleza que son propias del bien. La bondad y la belleza gustan a todos.

 

La atracción que una realidad o una persona ejerce sobre nosotros a causa de su bondad y de su belleza, se llama amor. Amor es la resonancia que provoca en nosotros el bien, la belleza y la verdad. La persona reacciona ante la bondad, la belleza y la verdad. Cuando falta la atracción del amor, se hacen las cosas solo por obligación, y la acción resulta costosa y aburrida.
Cuando conocemos a Dios, Él nos atrae. Dios es la verdad, la bondad y la belleza absolutas. Cuando hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1Jn 4,16), nos sentimos dichosos. Y cuando experimentamos que somos amados por Dios, ello nos hace felices. Si Dios no nos atrae, es porque no lo conocemos. Por eso nos cuesta la oración. Cuando conocemos a Dios, dejan de atraernos las cosas que nos separan de Dios: simplemente no nos atraen. Nos atrae, en cambio, el cumplimiento de nuestro deber: ya no lo hacemos por obligación. El pecado simplemente no nos atrae, porque nos atrae Dios. Nos atraen los valores con carácter invariable y permanente, como el amor, la bondad, la belleza, la verdad, la libertad, la justicia, ... Todavía seguimos siendo débiles y pecadores, pero el pecado no nos atrae. Pecamos por debilidad: no hemos logrado vencer la concupiscencia. Hay que pedir la ayuda del Espíritu Santo.
Lo que no se conoce no se ama. Las personas que no creen en Dios, es porque no lo conocen. Tenemos que conocer más a Dios para que Él nos atraiga. Tenemos que pedirle, humildemente, que nos haga experimentar su amor para que Él nos atraiga.
Tenemos que dar a conocer el amor de Dios a todos los seres humanos para que sean felices.
¿Quién es verdaderamente libre? ¿Aquél que hace lo que quiere sin importar si es correcto o incorrecto? No. ¿Aquél que hace lo que debe porque se siente oligado? Tampoco. Es libre aquél que hace lo que quiere, haciendo lo que debe. Es decir, aquél que ama hacer lo que debe hacer; ama hacer la voluntad de Dios. Es libre aquel que se siente atraído por el deber. Le atrae la felicidad. Y sabe que la voluntad de Dios es que amemos y que cumplamos con nuestros deberes de cada día y que eso es lo que nos lleva a la felicidad.
¿Cómo hacer para que nos sintamos atraídos por el bien moral? Es el Espíritu Santo quien hace que sintamos gusto en nuestro interior por el apego a la verdad y al bien que, en definitiva, es Cristo. “Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra del Señor” (Am 8,11). “Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados” (Mt 5,6). Oigamos a San Agustín: “Nos has creado, señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. “De ti mismo proviene, Señor, la atracción a tu alabanza”.
¡Señor, que no sintamos la oración y el trabajo como una obligación! ¡Señor, atráenos fuertemente hacia ti, y te amaremos!

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