El pecado de la incredulidad.- El hombre ha sido creado por Dios para la felicidad, mediante la unión con Cristo. Así, el ser humano logra su realización: la plena satisfacción de los deseos más profundos de su corazón, por toda la eternidad. Con ello el ser humano logra la felicidad.


La raíz última de todo pecado es el orgullo de no confiar en Dios. O sea, el negarse a creer. Muchos se niegan a aceptar que Dios nos creó para comunicarnos su vida.

Porque el simple hecho de ser una criatura implica necesariamente una dependencia. Pero, la persona humana puede no reconocer esta dependencia. La capacidad de elección puede inducirnos a dejarnos llevar sin ninguna dirección. Se llega así a afirmar: ‘mi propio juicio es la verdad; y el bien es lo que yo decido’.

En definitiva, se realizan opciones en forma completamente autónoma, ignorando el Poder que nos ha creado. Es la pretensión de salvarse a sí mismo.

La fe, en cambio, acepta la Palabra y el proyecto de Dios. En otras palabras, acepta la verdad de nuestro ser. La incredulidad implica que somos nosotros quienes decidimos sobre nosotros mismos. Como si nos hubiésemos creado a nosotros mismos. Pero la persona no por eso deja de ser criatura. El deseo es una cosa y la realidad es otra muy distinta. Por eso lo que les espera es el fracaso.

El Benedicto XVI comentaba: ‘Ésta es la época del pecado contra Dios Creador’. En efecto, Dios ha creado al mundo y al ser humano de una determinada manera, y nosotros lo estamos ignorando y estamos haciendo lo contrario. Dios nos dio una naturaleza, para que la cultiváramos. Y, en cambio, nosotros la estamos destruyendo.

El ‘árbol de la ciencia del bien y del mal’ (Gn 3) es un precepto para que el hombre demuestre su obediencia. Dicho árbol expresa el límite que el hombre, en cuanto criatura, debe reconocer y respetar. El hombre está sometido a las leyes de la creación (leyes físicas y biológicas), y no las puede cambiar. De la misma manera está sometido a las normas morales que regulan el uso de la libertad.

Alejarse de Dios resulta destructivo porque el ser humano no puede darse a sí mismo la felicidad. El hombre tiene la pretensión de ser autónomo para decidir sobre el bien y el mal. Desobedece a Dios en un intento de sobrepasar el límite entre una criatura y su Creador.

Busca una liberación para no sentir la humillación de reconocerse pecador. Hay un intento de emancipación de las limitaciones humanas que es una rebelión absurda de la criatura contra el Creador.

‘La ideología de género es la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura’ (Benedicto XVI). El hombre quiere corregir la creación porque no le gusta lo que Dios ha hecho. Quiere decidir sobre su propio sexo, independientemente de la naturaleza creada y de la biología.

El hombre quiere darse su propia ley. La rebelión del hombre es contra el amor sabio de Dios que ha dispuesto lo mejor para él. Al hombre moderno le cuesta reconocerse pecador. Se siente autónomo y no le parece que tenga que rendirle cuentas a nadie de nada.

Pero, la naturaleza del hombre y su fin no lo determinan los deseos del hombre.

Por la Palabra de Dios sabemos que el fin del hombre se realiza plenamente en Dios. Pero no podemos alcanzar a Dios con nuestras solas fuerzas. Dios es quien se acerca, y se da a nosotros. Y el camino que elige es Cristo, hijo de Dios hecho hombre.

Es hora de recordar el Primer mandamiento: “No tendrás otro Dios más que a mí”. Nada ni nadie puede colocarse en lugar de Dios. Hay que reconocer su infinita diferencia con toda criatura. El reconocimiento de Dios se expresa en la adoración.

El pecado contra el primer mandamiento es la idolatría. Consiste en reconocer a alguien como si fuera Dios: absolutizar lo relativo. Por ejemplo, cuando creemos que nuestra inteligencia es el criterio único de la verdad. O cuando nuestra voluntad decide lo que es el bien y el mal.

El fundamento de que algunos derechos sean inviolables, y de que algunas leyes humanas sean inadmisibles se encuentra en la creación divina. De hecho, Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y nos ha hecho personas. Y por eso la persona humana es intocable.

Los derechos señalados en los grandes documentos de la ONU no son solo derechos civiles o sociales, creados por los hombres. Si fueran algo creado por nosotros, podrían cambiar. Pero no son solo derechos civiles, sino derechos propiamente humanos basados en Dios creador y, por lo tanto, no se pueden cambiar.

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