El matrimonio exige desde sus inicios: Compromiso. Foto de: Milan Popovic en Unsplash Adela nunca se imaginó que el tener relaciones sexuales durante su noviazgo, dejaría una profunda huella que afectaría negativamente su matrimonio.

 

Han pasado años de su divorcio, en los que sus hijos y ella han sufrido entre otras cosas la carencia lastimosa de la figura paterna, de tal forma que decidió a asistir a cursos de educación familiar que le ayudasen a comprender este fracaso y a educar bien a sus hijos para evitar así otros fracasos vitales.

Ahora, con la perspectiva de lo que ha aprendido en estos años ha querido contar su testimonio con la intención de ayudar a quien pueda necesitarlo. Nos cuenta su historia.

A mi novio y a mí se nos dio información sobre nuestra sexualidad en cuanto al cómo ejercerla “sin riesgos”. Se trataba de una liberación sexual en la que se nos hablaba de los derechos sobre nuestro cuerpo como un logro del pensamiento humano moderno. Igualmente, de los grandes logros de ciencia que “liberaba” a las mujeres de los embarazos no deseados, con diversos métodos anticonceptivos.

Nos hicieron creer que la sexualidad pertenecía al campo de la biología, y no tenía nada que ver con la dignidad de la persona. Por lo que nos alejamos de los valores tradicionales, que nos pudieron haber protegido. Creíamos así liberarnos de viejos tabús y prejuicios.

Ante la insistencia de mi novio, cedí y mantuvimos relaciones sexuales, concentrados solo en nuestros sentidos y muy afectados por la adrenalina al estar haciendo algo prohibido. Paradójicamente, nos ocultábamos aunque pensáramos estar en lo correcto. El sexo invadió nuestra relación y lo confundimos con el amor.

Recurriendo a los anticonceptivos no me quedé embarazada y nos casamos, sin que nadie se enterara de que habíamos tenido relaciones. Parecía que todo había salido bien, pero lo que verdaderamente sucedió, es que todo ello impidió que nos conociéramos de verdad, nuestra verdad completa como personas.

Pocos y amargos años después nos separamos por las constantes infidelidades de mi esposo, que denotaban sobre todo una absoluta falta de amor y compromiso personal hacia mí y hacia nuestros hijos.

El matrimonio exige desde sus inicios compromiso, responsabilidad ante el proyecto vital emprendido y la total entrega de dos personas que prometen amarse hasta que la muerte les separe, aceptando defectos y limitaciones.

Quizás no lo logramos porque creo que necesitábamos el contrapeso de la felicidad que proporciona el hecho de estar realmente juntos. Necesitábamos vivir una íntima unión, donde disfrutáramos de una exclusiva fidelidad. Y nosotros, esto último lo habíamos desvirtuado.

Fracasamos porque el auténtico amor matrimonial exige que, en la relación sexual, la pareja esté presente en cuerpo y alma. En nuestro caso, no fue posible, porque las relaciones mantenidas durante nuestro noviazgo impidieron que nuestras almas se conocieran de verdad para valorar si realmente estábamos hechos el uno para el otro. El sexo nos cegó y nos llevó a llamar amor lo que solo era sexo.

Después de la boda comprobamos que entre nosotros existía falsedad y apariencias. Demasiado tarde.

Comprendí la importancia de que cuerpo y alma estén presentes en la relación sexual cuando mi esposo buscaba ansioso el sexo sin importar la presencia de su alma. Él no estaba y yo me inundaba de un terrible sentimiento de soledad y angustia.

Habíamos llegado al matrimonio habiendo sido cómplices en una actitud que enfermó toda la relación de tal modo que mi esposo, rayando en lo patológico, se sentía sexualmente insatisfecho, pues su sexualidad dependía de la adrenalina de lo prohibido. Nuestra relación ya no tenía el atractivo de lo prohibido.

Con cinismo admitió que por eso me fue infiel. Ahora pienso que siempre lo fue, y que siguió con esa actitud como una adicción que el matrimonio por sí mismo no resuelve. Entonces, problemas solubles y comunes de tantas parejas, a nosotros nos abatieron.

Por liberación sexual se suele entender dar rienda suelta al apetito sexual. Se trata de una supuesta “liberación” que, paradójicamente, acaba sometiéndola a la esclavitud de las pasiones. En este contexto se puede hablar de deseo, de placer, etc., pero no de amor personal, pues la persona es considerada como objeto o simple instrumento.

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