helenaak14 Contrariamente a los que se oye decir, los católicos no estamos contra la sexualidad, ni creemos que el placer sexual sea pecaminoso. Estamos sí, contra el ejercicio de la sexualidad en forma irresponsable (o sea, fuera del matrimonio).

El sexo es un valor, es una riqueza. Dios es su inventor. La sexualidad es fuente de alegría y de agrado. El Creador estableció que en el acto conyugal los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando ese placer y gozando de él. Sólo aceptan lo que el Creador les ha destinado (Catecismo, # 2362).

La Biblia compara el gozo que Dios experimenta amando a la humanidad, con la alegría que encuentra el marido con su esposa (Is 62,5: “La alegría que encuentra el esposo con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”). En este sentido, el placer que se experimenta en la relación matrimonial es un signo del amor de Dios.
El objeto esencial del consentimiento matrimonial es el derecho-deber perpetuo y exclusivo sobe sus respectivos cuerpos en orden a los actos que se dirigen a la procreación. El objeto del consentimiento matrimonial es el derecho-deber de la relación conyugal. Es un derecho y un deber. Un derecho que se pierde cuando se es infiel o maltratador. Un deber que desaparece cuando se es víctima inocente de infidelidad o maltrato. En estos casos la Iglesia permite la separación de los cónyuges, aunque no se permite el divorcio porque el matrimonio, si fue celebrado válidamente, es indisoluble.
Debemos reflexionar un poco sobre los casos en que uno de los cónyuges se niega a mantener relaciones íntimas con el otro cónyuge. La cita bíblica de 1Cor 7,4-5, que nos servirá de base, dice así: “La mujer no dispone de su cuerpo, sino el marido; de igual modo, tampoco el marido dispone de su propio cuerpo sino la mujer. No os neguéis el uno al otro sino es de mutuo acuerdo, y por poco tiempo”.
Las parejas se casan para vivir un don y una entrega total por amor. La unión de sus cuerpos formando una sola carne, es signo adecuado de ese don, previsto por el mismo Dios.
Por supuesto que hay casos, como la enfermedad o la regulación natural de los nacimientos, etc., que justifican y hacen comprensible la abstinencia dentro del matrimonio. El auténtico amor de la pareja hace posible esa abstinencia.

La unión íntima debe realizarse de manera natural (eyacular en la vagina), y debe ser abiertas a la vida (no anticonceptivos). Se trata siempre de manifestar corporalmente el amor que se tienen.
Cuando en una relación conyugal falta el amor verdadero, esa relación sexual no es casta, aunque sea entre esposos. Ya no es una relación virtuosa porque falta el amor. Cuando, sin justa causa, uno de los cónyuges se niega a la relación íntima, esa abstinencia no se puede llamar castidad. Porque la castidad consiste en poner la propia energía sexual al servicio del don de uno mismo, al servicio del amor verdadero. Y cuando una persona se niega injustificada y sistemáticamente a la relación conyugal está negando un acto de amor. Probablemente está negando, simplemente, el amor.

La relación sexual entre novios no es amor verdadero porque es una relación descomprometida. Y el amor verdadero compromete.

La resistencia injustificada a la relación sexual entre esposos no es castidad porque se está faltando a un compromiso de amor. La relación sexual entre esposos, si es desconsiderada (forzada) es irrespeto y abuso. No es una relación amorosa sino una relación lujuriosa.

Algunas esposas evaden y evitan la relación conyugal porque en ese momento se sienten utilizadas por sus maridos en lugar de sentirse amadas por ellos. No sienten que su esposo les esté dando amor, no sienten ternura. Solo hay sexo. Como podría ocurrir en una relación con cualquier otra mujer.

El matrimonio no da permiso para la utilización sexual del propio cónyuge. El abrazo sexual debe ser siempre una sincera y auténtica expresión de sincero y tierno amor; a imagen del auténtico amor divino. De lo contrario ese abrazo es falso y, por supuesto resulta humillante e hiriente. Con razón muchas esposas sienten como si fueran objetos en el momento de la relación íntima. Y con razón se niegan a los maridos que adoptan una actitud machista.

Por otra parte, cuando un cónyuge se niega sistemática e injustificadamente la relación sexual con su cónyuge, no puede alegar motivos religiosos. Porque no hay motivos religiosos que lo justifiquen. Recordemos de nuevo la cita de 1Co 7,4-5. Es más probable que esa actitud negativa se deba a una equivocada educación sexual.

La negación sistemática e injustificada pone al otro cónyuge en ocasión de infidelidad. Por eso hay tanta dependencia de la pornografía también entre personas casadas. Y la pornografía empuja al adulterio. En esa infidelidad tendría parte de responsabilidad la persona que se negó a la relación.

Es útil leer de nuevo la cita del Catecismo de la Iglesia Católica.

Disculpen un escrito tan explícito, pero es mucha la confusión que existe al respecto, y son muchos los sufrimientos que ello acarrea.


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