Servicio. Foto de: Cathopic. Más allá de observar escrupulosamente los preceptos fundamentales, para el cristiano, de lo que se trata es de corresponder a una llamada personal de Dios.

 

La libre y plena realización de la propia persona se logra con la misión que debe llevar a cabo en favor del mundo. Tal realización tiene lugar dentro de la comunión eclesial.

El concilio Vaticano en LG 40 nos ha recordado la “vocación universal a la santidad”. No hemos nacido por casualidad, sino con un determinado propósito. Sin embargo, cualquier posible respuesta queda truncada enigmáticamente por la muerte. Sólo cuando en el escenario aparece Cristo se resuelve el problema de la muerte, y la vida como vocación se torna posible. Cristo revela al hombre su altísima vocación ya que esclarece nuestro origen y nuestra meta, y es el modelo de toda libertad humana que quiere corresponder a su vocación.

El Espíritu Santo está en el origen de la variedad de las vocaciones personales todas al servicio de la misión de la Iglesia. La vocación inicial del cristiano es la de bautismal al identificarnos con Cristo en el amor. El sacramento de la Confirmación lleva a la madurez necesaria para la misión de cada cristiano. El discernimiento de la vocación personal es obra de la libertad de cada uno guiada por el Espíritu, en la obediencia a los signos que Cristo pone en nuestro camino.

La vocación divina es una vocación a la santidad por medio del amor. La Eucaristía proporciona la energía para realizarla. La vocación común al amor, cada quien la testimonia en las situaciones en las que Dios lo sitúa a uno: matrimonio, sacerdocio, vida consagrada o misionera. “El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3.14). El amor, como don total de sí, incluye el ‘para siempre’. El que no vive para servir, no sirve para vivir.

Contrariamente a la mentalidad moderna, la fidelidad es una exigencia intrínseca del amor auténtico. De esta manera la libertad humana alcanza el culmen de sus posibilidades. Todo esto es imposible sin tener el amor de Dios.

Dentro de la Iglesia se dan vocaciones específicas. Los evangelios atestiguan la distinción entre los discípulos que Jesús llama a seguirlo de una forma peculiar, y quienes permanecen en condiciones normales de la vida cristiana.

El seguimiento radical de Cristo, implica dejarlo todo y seguirlo. Implica un cambio radical en lo que respecta al trabajo, los afectos, la vivienda, la propiedad y los criterios de decisión (Ver Mt 19,27-29). Se forma una comunidad nueva que sustituye a la familia natural (Mt 12,46-50). Adesión que solo es posible con una total confianza en Jesús, quien se convierte en el centro afectivo de la existencia. Sus exigencias se recogen en Mt 10,5-42.

El específico carácter de renuncia de los votos en la vida consagrada, se debe a la atracción de los bienes que permanecen para siempre.

Los laicos viven el seguimiento de Cristo en el trabajo, las propiedades, el amor matrimonial, la vida social, cultural y transformando el mundo a la luz del evangelio. Responden así a la universal llamada a la santidad.

La virginidad cristiana es la realización de la dimensión esponsal del cuerpo apuntando a lo definitivo, a las bodas celestiales del Cordero.

El sacerdocio ministerial no mira en primer lugar al perfeccionamiento individual, sino a un servicio a favor de la comunidad eclesial. La cual, para subsistir en el tiempo, necesita una representante de Cristo en su sacrificio perpetuado en la Eucaristía, el perdón de los pecados, la enseñanza doctrinal y pastoral. En el centro de la existencia sacerdotal está la representación objetiva de Cristo, de su palabra y del sacramento y así el camino de la ascesis sacerdotal es la de dejar espacio a tal objetividad.

Toda vocación es para la misión. Para un servicio al mundo ya sea en forma de evangelización, ya en la forma de una contribución a la transformación del mundo según Dios.

La vocación al amor se concretiza en el servicio. En un mundo siempre más tecnificado, la perspectiva de la donación gratuita, constituye un testimonio particular que muestra la novedad evangélica.

Lugares de particular relevancia vocacional hoy son la protección de la vida humana, la educación, la familia, los derechos humanos, etc.

En cualquier caso, el éxito mundano y la eficacia no son el criterio adecuado del obrar cristiano. La victoria de Cristo brotó, sorprendentemente, de la derrota mundana. La fecundidad del obrar cristiano está también “escondida con cristo en Dios.”

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