Foto de: cathopic/eduardomontivero Los mártires son extremistas y radicales. No aceptan componendas, transacciones, acuerdos, concesiones. Al pan, pan y al vino, vino. La verdad no puede ser al 90%. O es 100% o no es verdad. La verdad se niega a arreglos. Por eso es incómoda.

 

Son muchos los que piensan: “No hay que ser exagerado, ni extremista, porque te conviertes el fundamentalista. Hay que ceder un poco, no tiene importancia ceder un poco con la opinión pública, o con las autoridades”.
Y el mártir responde: o todo o nada. Radicalidad. Somos cristianos, seguidores de un mártir, llevamos la cruz a todas partes. Cristo no acepta componendas. Si Cristo hubiera cedido un poco, no lo hubieran crucificado. ¿Por qué tuvo que insistir en que era Dios? Sabía que era una blasfemia para los judíos. Hubiera dicho que era un profeta y ya está. Cristo fue demasiado radical. Se has ganó a pulso que lo crucificaran.

¿Por qué San Juan Bautista tuvo que denunciar públicamente el adulterio de Herodes? Por qué, mejor, no se quedó callado frente a una autoridad sin escrúpulos. Estaba arriesgando la vida. No tuvo “misericordia”. Si hubiera tenido “misericordia” no lo hubieran degollado.

Los mártires siempre han sido intransigentes. Y los santos que no murieron mártires también eran intransigentes. Su lema era: “Prefiero morir antes que pecar”.
Jesús murió antes que ceder en la predicación de la verdad. Era un radical.

Muchos de nosotros, en cambio, parecemos más paganos que cristianos.

Hace tiempo que el cardenal Ratzinger, antes de ser elegido Papa, con palabras firmes y autorizadas, escribía: “Esta Europa, cristiana de nombre, es desde hace cuatrocientos años, la cuna de un nuevo paganismo. La imagen de la I

glesia en la era moderna está caracterizada, fundamentalmente, por el hecho que se ha convertido en una iglesia de paganos. Ya no se trata como antaño de paganos convertidos al cristianismo, sino de una iglesia de paganos que se llaman todavía cristianos, pero que en realidad se han convertido en paganos”.

Nadie podrá tachar este duro diagnóstico del entonces cardenal y después papa Benedicto XVI como exagerado o irreal, cuando a diario estamos constatando el comportamiento de muchos cristianos en los diversos órdenes de la vida.

El panorama no solo no ha disminuido, sino que se ha incrementado. ¿Nos distinguimos mucho los cristianos de los que no lo son? ¿Podemos afirmar sin sonrojo que la generalidad de los bautizados viven hoy como cristianos? Esta es la realidad que espera ser afrontada como prioritaria.

Es ingente y apremiante la tarea que aguarda a todos los agentes de pastoral: Obispos, sacerdotes, religiosos, almas consagradas y laicos comprometidos, en la “nueva evangelización” propuesta por el Magisterio de la Iglesia.

El dilema es urgente: O volvemos a lo esencial, que no es otra cosa que predicar a Jesucristo muerto y resucitado, o cada día la Iglesia quedará sin ser sal y luz de la tierra. Este y no otro es el verdadero problema de la Iglesia católica hoy.

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