Amar lo que es atractivo. (Imagen disponible en linea) Parafraseando a San Agustín

“Nadie puede venir a mí, si no es atraído por el Padre” (Juan 6,44). Esa atracción hacia Dios coincide, en realidad, con lo que más deseamos. Porque lo que nos resulta más atractivo, aunque no seamos conscientes de ellos, es Dios.

No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad. Hay que decir que somos atraídos libremente; todavía más, hay que decir que somos atraídos incluso con placer. ¿Qué significa ser atraídos con placer? Lo dice la Escritura: “Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón” (Salmo 36). Lo que más deseamos, aun inconscientemente, es a Cristo, porque Cristo es la verdad, la justicia y la vida gozosa sin fin. Dios es la felicidad que buscamos en todo lo que hacemos, aunque no seamos conscientes de ello. El hombre se siente atraído por Cristo, puesto que el mayor deleite del ser humano es la verdad, la justicia, la vida sin fin; y todo esto es Cristo.

No son deleites de los sentidos físicos, por supuesto, sino placeres del alma. Sí, el alma tiene sus placeres. Por eso la Escritura afirma: “Los humanos se nutren de lo sabroso de tu casa, les da a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz”. Quien conoce al Señor, descubre una felicidad que es mil veces más alegre que todos los placeres de nuestras vidas de pecadores.

Esto lo entienden los corazones amantes, los corazones inflamados en deseos, los corazones hambrientos; aquellos corazones que, sintiéndose solos y desterrados en este mundo, están sedientos y suspiran por las fuentes de la patria eterna. Esos tales corazones comprenderán lo que estamos diciendo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de este tema. San Agustín pone este ejemplo: Muestra una rama verde a una oveja y verás cómo atraes a la oveja; enséñale confites a un niño y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es atraído. Sin que se violente su voluntad o su cuerpo, es atraído por aquello que ama y desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites terrenos, atraen por su simple contemplación a aquellos que tales cosas aman, porque es cierto que ‘cada cual va detrás de su apetito’, ¿no va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más hambriento? Y, ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

A nadie le gusta ser engañado. Si alguien no se siente atraído por Dios, es porque nadie le ha mostrado la verdad del amor de Dios. Entonces será atraído por otros amores. Testimoniar la propia experiencia del amor de Dios; testimoniarla con nuestras palabras y, sobre todo, con nuestra vida. Eso es lo que tenemos que hacer. Cuando las personas conozcan el amor de Dios, serán atraídos por Él. Y se cumplirá lo que dice San Agustín: Amarán lo que es atractivo. Esa atracción hacia Dios coincide, en realidad, con lo que más deseamos.

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