Está en juego la felicidad. Foto: Cathopic. En definitiva, lo que está en juego, con el tema de la educación y la moral sexual, es la felicidad humana. Éste es un punto común a considerar tanto para los cristianos como para los legisladores. Un buen punto de partida para el diálogo.

 

¿Cuál es el uso de la sexualidad que mejor contribuye a la felicidad humana, no sólo a nivel personal, sino también familiar y social? ¿Y cuál sería el uso de la sexualidad humana que, en cambio, origina más sufrimientos humanos tanto a nivel personal como familiar y social?

Un Ministro de Educación en Centroamérica, creyendo interpretar el pensamiento católico, escribió hace algunos años: “Al final, para los católicos, el sexo queda apenas para un pequeño grupo de hombres y mujeres casados que se ven obligados a sacrificarse al tener que realizar ‘el acto’ no por el acto mismo –eso sería pecaminoso y malsano-, sino para garantizar la preservación de la especie". Esta afirmación es falsa y demuestra una gran ignorancia sobre lo que la Iglesia enseña sobre la sexualidad. Sin embargo, es un error muy extendido, incluso entre los mismos católicos.

Hay que clarificar lo que efectivamente enseña la moral sexual católica. Nos referimos a la enseñanza del Catecismo, y no la que le atribuyen algunos Medios con tanta eficacia y maldad que llegan a confundir a la opinión pública. No es moral sexual católica el rechazo del placer sexual, ni el rechazo absoluto de la regulación de los nacimientos; ni la discriminación o irrespeto de las personas con tendencias homosexuales. Que una mujer debe aguantar toda la vida a un hombre machista, infiel y maltratador, no es enseñanza católica.

Tampoco se puede atribuir la difusión de enfermedades venéreas a la prohibición católica del condón como si las personas promiscuas respetaran esta norma particular, mientras rompen todas las demás normas eclesiales.

Hay que conocer la verdad sobre la sexualidad humana, lo cual exige una detallada reflexión filosófica y teológica.

Pero refirámonos únicamente a cuál es el uso de la sexualidad humana que mejor contribuye a la felicidad humana, no sólo a nivel personal, sino también relacional y social:

¿Tendrán razón quienes hacen de la sexualidad un fin en sí misma, desligándola del amor matrimonial y de la procreación? ¿Permitiendo el adulterio, la fornicación, el divorcio, el aborto, todo tipo de anticonceptivos, las uniones homosexuales y la adopción de niños por estas parejas, así como la fecundación in vitro? ¿Preocupándose únicamente por evitar la violencia, los embarazos no deseados y las infecciones venéreas?

¿O tendrán razón quienes, en base a la ley natural y a los mandamientos de la ley de Dios, que prohíben la fornicación y el adulterio, pone, en cambio, la sexualidad al servicio del amor verdadero y comprometido? Lo que pretende garantizar la institución matrimonial indisoluble es la autenticidad de ese amor, para que no se reduzca a un sentimiento cambiante. La apertura a la fecundidad también es garantía de que se trata de un amor sin reservas.

¿No es cierto que las consecuencias negativas de la sexualidad tienen origen la irresponsabilidad y en la desobediencia a los mandamientos bíblicos?

¿No disminuirían drásticamente esas consecuencias negativas si todos cumpliéramos los mandamientos de Moisés? Disminuiría el número de divorcios, hijos del divorcio, adolescentes embarazadas, madres solteras abandonadas, niños de la calle sin padres, enfermedades venéreas, etc., etc., etc.

En el fondo, lo que está en juego es la felicidad del ser humano y el respeto a su alta dignidad.

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