La presencia del amor verdadero ¿hará desaparecer el dolor? No. Pero hace que el dolor cobre sentido. Carlos Bliekast (Ser cristiano ¡esa gran osadía!, 1964) me inspira esta reflexión que ayuda a entender los sufrimientos de la vida a la luz del amor que Dios nos tiene; un amor que suscita nuestra gratitud y nuestra total confianza tanto en las buenas como en las malas.


Porque, para muchos de nosotros, la experiencia del sufrimiento provoca que nos quejemos ante Dios. Se trata de un problema antiguo como podemos ver en Job y en algunos Salmos.

El dolor constituye un gran misterio. Para los cristianos existe una misteriosa relación entre amor y dolor; entre dolor y amor. Si separamos el dolor del amor no habrá modo de descifrar el misterio del sufrimiento.

Recordemos la enseñanza de Jesús: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no puede dar fruto” (Jn 12,24). Esta ley biológica, Jesús la aplica a las relaciones entre amor y dolor. Si el grano se niega a morir (por amor), permanece solitario y estéril. Para dar fruto, el grano tiene que morir.

Otra frase de Jesús afirma: “No hay amor más grande que dar la vida por la persona amada” (Jn 15,13). El dolor encuentra sentido cuando se sufre por amor; y el amor verdadero se demuestra en la disposición a entregarse a la persona amada hasta las últimas consecuencias: hasta dar la vida. Es lo que hizo Jesús por nosotros.

El dolor muestra si el amor era sin medida. El amor que se acobarda ante el dolor no es amor total. El dolor es la prueba de fuego que revela la existencia del genuino amor “en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de la vida”. Esta frase, antes de referirse al amor conyugal y por encima del amor conyugal, se refiere a cada uno de nosotros delante de Dios mismo.

Cuando empiezas a sufrir te das cuenta si realmente amas. ¿Qué puede decir sobre el amor la persona que nunca ha sufrido?

El amor ilumina el sentido del dolor. Sin amor, el sufrimiento carece de sentido y la vida es un infierno. Sin amor, el sufrimiento sería como una noche fría y eterna. El sufrimiento sin amor es desesperante.

La presencia del amor verdadero ¿hará desaparecer el dolor? No. Pero hace que el dolor cobre sentido. Si el dolor (la cruz) puede llegar a ser hermoso en cierta forma, es solamente porque se sufre por amor.

“El amor todo lo espera, todo lo soporta” (1Co 13,7). Solo el amor soporta todo. Solo el amor espera (como el padre del hijo pródigo). ¡Ojalá todos los que sufren encuentren un amor que dé sentido a su dolor! Sufrir con odio produce amargura, desesperación y muerte. El amor libera.

Cuánto dolor ha de haber en tu vida, es cosa que no queda a tu libre elección. Pero sí queda a tu libre elección el determinar cuánto amor debe llenar tu vida.

Sufrir por amor produce vida: La cruz de Jesús, su entrega total por amor hasta las últimas consecuencias nos trajo a la redención y a la resurrección. Para resucitar es necesario primero morir. Jesús ya resucitó porque ya padeció y murió. Nosotros todavía esperamos la resurrección.

Dada la situación en que la suma de pecados ha colocado a nuestro mundo, para poder pasar a la Vida hay que pasar por el sacrificio. La cruz no es el fin, sino el medio necesario para alcanzar la Victoria. Y, siendo así, al final uno comprende que valió la pena.

El sufrimiento es como una vasija vacía que es posible llenar de amor o de egoísmo. Si se llena de amor, el sufrimiento adquiere un ‘por qué’ y un ‘para qué’, cobra sentido. Con amor, el sufrimiento se mitiga.

El dolor por sí mismo no tiene sentido. Es estéril y odioso. Puede ser masoquismo. En cambio, el sufrir por amor es redentor. Digámoslo de nuevo: La cruz no es el fin; es un medio necesario, dada la situación en que tanto pecado nos ha llevado a este valle de lágrimas. ¿O creíamos que las acciones irresponsables de la persona humana, inteligente y libre no iban a tener consecuencias? Dios ha puesto al hombre en manos de su propia decisión.

La más misteriosa forma del dolor es la muerte. Y ya lo hemos dicho: “No hay amor más grande que dar la vida por la persona amada” (Jn 15,13). Y Jesús añade: “El que pierda su vida por amor a mí, la hallará” (Mt 19,39). El Amor sufriente de Jesús mató a la muerte. La muerte no pudo matar al Amor. “¿Dónde está, pues, oh muerte, tu victoria?” (1Co 15,55).

El mérito no está en el sufrimiento, sino en el amor con que se hacen todas las cosas. Jesucristo vive porque, en la cruz, asumió y purificó las lógicas consecuencias negativas de los actos irresponsables de toda la humanidad. Y, resucitando, venció a la muerte. También a las personas buenas les salpican las consecuencias negativas de los actos irresponsables de otras personas.

Dolor y amor encuentran su lógica en el Dios hecho hombre. Solamente en Jesucristo resucitado se disuelve todo dolor y ya no queda sino solo el amor. Nosotros tenemos que entrar en la misma dinámica de Jesús para llegar también a la victoria final.

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