Aún los aspectos que no tienen nada de sentimental, ya que son objetivos y científicos, deben validarse pasando por lo sentimental: ‘me siento americano’, ‘me siento mujer’. Los gustos han sustituido a los valores. Ya hice alusión, en un artículo precedente, al reciente libro: ‘Nadie nace en un cuerpo equivocado’ (Barcelona 2022). Repito: sin necesidad de estar de acuerdo en todo lo que ahí se dice, creo que vale la pena resaltar lo que los autores llaman SENTIR INTENSAMENTE.

Porque es cierto que hoy muchas personas consideran que las emociones son la actividad fundamental del ser humano. Las emociones son aquello a lo que la persona debe entregarse con la mayor intensidad posible. El ser humano deja de ser racional y no le queda más que su condición emocional. El ideal de vida se caracteriza por lo que los autores llaman ‘super-intensidad hiper-emocional’.

Desde los medios de comunicación se nos anima a que vivamos permanentemente al límite del desbordamiento emocional. La insatisfacción es el principal motor del consumismo. Cuando los Roling Stones se lamentan de que no consiguen estar satisfechos por mucho que lo intentan, demuestran su perfecta adaptación a la sociedad actual.

¿Qué es lo verdadero? Lo que se siente. Eso es lo verdadero. Y, cuanto más intensamente se sienta, más verdadero será y nadie lo podrá discutir. Un llanto berrinchudo tiene mayor valor probatorio que un acta notarial.

Aún los aspectos que no tienen nada de sentimental, ya que son objetivos y científicos, deben validarse pasando por lo sentimental: ‘me siento americano’, ‘me siento mujer’. Los gustos han sustituido a los valores.

Aplicándolo al tema del transgénero, ¿qué habrá pasado para que temas como los órganos sexuales, el registro del sexo al nacer, o el desarrollo de la pubertad se recoloquen ahora en una escala voluntaria emocional, radicalmente individualista e irracional?

¿Qué grado de ingenuidad está implicada en aquel que no ve más allá de sus emociones y piensa que el mundo se reinventa caprichosamente desde cero cada día, de la misma manera que él percibe que se reinventan al azar sus emociones. Se ha creído lo que lleva toda su vida oyendo en la publicidad y es jaleado por todas las instancias comerciales. Lo cual le ha convencido de que ni siquiera hace falta librar un combate para ser un ganador.

La sexualidad, cuando pierde la referencia de la función reproductora, tal como ocurre en nuestra sociedad, se presta a esta ingenuidad. Como si las identidades sexuales fueran elecciones que elegimos sobre un catálogo que la naturaleza habría creado al azar y nos ofrece generosamente la posibilidad de ser como se nos antoja ser.

El análisis de quien no esté completamente a favor de los sentimientos de cierta persona, será tomado como un ataque movido por el odio, la fobia y el deseo de no permitir la existencia de dicha persona.

Pero reconozcamos que el ‘derecho a tener razón’ todavía no ha sido recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pocas cosas ponen a estas personas más al borde de las lágrimas que insinuarle que puede ser cuestionado sobre el punto de vista que tiene sobre sí mismo. Lo cual no sería más que aplicar al sexo la misma lógica que aplicamos sobre la edad que tiene, su estatura, peso o lugar de nacimiento.

Porque disentir con lo que una persona está afirmando acerca de ella misma no supone odiarla ni ofenderla. El respeto profundo y radical hacia las demás personas nos obliga a considerarlas seres adultos, racionales, maduros, capaces, tanto de argumentar sus posturas como de escuchar posturas contrarias, sin romper a llorar.

Una persona adicta a esta moda de sentir intensamente me dará la razón si le digo que tengo 5 años porque así me siento. Pero cualquier persona que me respete me lo discutirá, evitándome así el desprecio que supondría contestarme: ‘tú eres lo que tú quieras ser’.

Por supuesto que nadie conoce mejor que la propia persona la experiencia de sentir el propio cuerpo como algo extraño, y desear ser considerado socialmente como como miembro de un género diferente.

Pero ello no significa que su sentir deba ser la única y última palabra acerca del tema. Y que la única intervención profesional posible al respecto sea asentir con la cabeza.

De forma totalmente respetuosa, el profesional puede ayudar a clarificar lo que está pasando, sin miedo a incurrir en ilegalidad.

Esta ingenuidad a que nos referimos está introduciéndose, sin ninguna resistencia, en la política y las legislaciones, en los medios de comunicación y el los centros educativos. Tiene el apoyo de todas las corporaciones económicas y mediáticas.

 

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