Se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico que ya no apuntaría a la complementariedad sexual que expresa la vocación al amor. Los antecedentes de esta ideología hay que buscarlos en el feminismo radical y en una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la sexualidad. Este primer germen cobró cuerpo con el informe Kinsey (ya desprestigiado), en los años cincuenta del siglo pasado. Después, fue alentado por un cierto marxismo que interpreta la relación entre hombre y mujer en forma de lucha de clases.

Con la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico que ya no apuntaría a la complementariedad sexual que expresa la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee.

Lo que existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo.

Se dice que es necesario distinguir entre lo que es “dado” por la naturaleza biológica (el “sexo”) y lo que se debe a las construcciones culturales según los roles o tareas que cada sociedad asigna a los sexos (el “género”). Porque, aunque el sexo está enraizado en lo biológico, la conciencia y el modo de manifestarse socialmente están profundamente influidos por la cultura.

Cada uno puede optar en cada una de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su corporeidad. Entre otros “géneros” se distinguen: el masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el transexual, etc. Lo decisivo sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias.

Una sociedad moderna –se afirma– ha de considerar bueno “usar el sexo” como un objeto más de consumo. Si la dimensión sexual del ser humano se separa de su significado personal, nada impide caer en la valoración superficial de las conductas a partir de la mera utilidad o la simple satisfacción.

Se ha propagado un modo de hablar que enmascara algunas de las verdades básicas de las relaciones humanas. Es lo que ha ocurrido con el término “matrimonio”, cuya significación se ha querido ampliar hasta incluir bajo esa denominación algunas formas de unión que nada tienen que ver con la realidad matrimonial. Por señalar un ejemplo, el empleo, de forma casi exclusiva, del término “pareja” cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de “familia” de distintos “modos de convivencia” más o menos estables, como si existiese una especie de “familia a la carta”; el uso del vocablo “progenitores” en lugar de los de “padre” y “madre”.

Esa ideología ha inspirado algunas políticas de los Estados. Y se han tomado algunas medidas legislativas a fin de “imponer” la terminología propia de esta ideología. Se busca, sobre todo, impregnar de esa ideología el ámbito educativo.

Son medidas que no respetan el derecho que corresponde a los padres como primeros y principales educadores de sus hijos.

La concepción propia de la “ideología del género”, es prolongada por las teorías “queer” (raro), que conduce a defender su transgresión permanente para construir la nueva sexualidad y establecer un nuevo orden a la medida de las transgresiones.

Para alcanzar ese propósito las teorías “queer” abogan por la destrucción de lo que denominan orden “heteronormativo”. Las prácticas sexuales no pueden en ningún caso estar sometidos a una normativa ya que, por eso mismo, sería excluyente.

En esta misma línea se encuadra también la llamada teoría del “cyborg” (organismo cibernético, híbrido de máquina y organismo humano), entre cuyos objetivos está eliminar la naturaleza tal como ha sido creada. Una sociedad, por tanto, sin reproducción sexual, sin paternidad y sin maternidad. El origen y final del existir humano se debería solo a la acción de la ciencia y de la tecnología, las cuales permitirían lograr ese transhumanismo en el que quedaría superada su propia naturaleza (posthumanismo).

 

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