‘Debemos hablar y actuar en favor de la familia: después de todo, la familia es el primer y mejor Ministerio de Salud, el primer y mejor Ministerio de Educación, y el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social’ William Bennett. Como todo lo humano, la familia es una organización con defectos reales, y estaría ciego quien no lo viera, pero es una ilusión pensar que existen sustitutos mejores. Es la misma naturaleza quien proporciona a los padres niños muy pequeños, que requieren que se les enseñe no cualquier cosa, sino todas las cosas.

Durante décadas, el divorcio se ha recomendado en Norteamérica como solución para matrimonios mal avenidos. Hasta comprobar que el remedio es peor que la enfermedad. Hoy, el psicólogo Paul Pearson dice que ha llegado la hora de sustituir el lema ‘si su matrimonio se ha roto, busque nueva pareja’ por otro más sano: ‘si su matrimonio se ha roto, arréglelo’.

William Bennett, desde su amplia experiencia como secretario de educación y Comisario Nacional del Plan contra la droga en Estados Unidos, después de reconocer que ‘demasiados chicos norteamericanos son víctimas del fracaso parcial de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestras normas morales’, llega a la siguiente conclusión:

‘Debemos hablar y actuar en favor de la familia: después de todo, la familia es el primer y mejor Ministerio de Salud, el primer y mejor Ministerio de Educación, y el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social’.

A continuación, Bennett explica que sus cargos públicos le han permitido conocer y estudiar todo tipo de familias:

‘Cuando una familia funciona, generalmente los chicos también funcionan. Pero actualmente hay demasiadas familias norteamericanas que no funcionan bien. Cuando la familia fracasa, tenemos obligación de intentar suplir con buenos sustitutos, como los orfanatos. Pero nuestras mejores Instituciones sustitutivas son, respecto de la familia, lo que es un corazón artificial respecto de un corazón auténtico. Puede que funcione. Pero nunca serán Instituciones tan buenas como aquello a lo que sustituyen. Porque el amor de un padre y de una madre por su hijo no puede ser fielmente reproducido por alguien que cobra por cuidar a ese niño, aunque sea una persona muy eficiente’.

José Ramón Ayllón nos recuerda un cuento de Quino: Una noche se despierta una mujer en su cama, ve una luz encendida y lanza la siguiente advertencia: ¡Mafalda, apaga esa luz y duérmete de una vez que son las doce y pico! En el cuadro siguiente, la niña obedece y apaga la luz, mientras refunfuña para sí: ‘¡Horas extra!’ ¡Además de ser la madre de una todo el día, encima hace horas extra!”

Y añade Ayllón, con frecuencia se olvida que el Estado no es un padre ni una madre, y que por muy poderoso que sea, jamás ha educado a un niño, y nunca lo hará. También se olvida que los niños solo pueden ser educados si sus padres poseen cierta dosis de autoridad y sentido común. Deben hablar a sus hijos de lo justo y de lo injusto, del bien y del mal.

Como espectador de una crisis familiar sin precedentes, que afecta sobre todo a las democracias occidentales, Bennett y otros muchos analistas sociales llegan de nuevo a la vieja conclusión de que la familia es la más amable de las creaciones humanas, la más delicada mezcla de necesidad y libertad. Aunque se apoye en la procreación biológica, su finalidad es la formación de personas civilizadas y felices. Solo ella es capaz de transmitir con eficacia valores fundamentales que dan sentido a la vida, y eso la hace especialmente valiosa en un mundo consagrado al pragmatismo y utilitarismo.

Como decía Chesterton: ‘Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen’. Pues la familia es la primera condición de la vida humana, como el aire, el agua, la luz y la tierra.

 

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