No pueden impedirnos amarles con alegría Han pasado ya varios días desde que llegué a “mi tierra prometida”. Ha sido una experiencia única, con una mezcla de sentimientos, oraciones y dificultades. Pero nada que me tome por sorpresa: sabía que enlistarme en una expedición misionera significaba comprometerme en una vida que no sería fácil.

Luego del envío misionero en Turín, los superiores me pidieron permanecer en Italia un tiempo corto que sirviera para afianzar el italiano y conocer la realidad de la inspectoría a la que pertenezco. Tuve la oportunidad de conocer no solo algunas casas, sino a varios hermanos y jóvenes empeñados en la pastoral juvenil.

Estuve tres meses y en Bríndisi. Fue un tiempo que agradezco de corazón por la sincera acogida de la gente, la paciencia y atención de la comunidad y las diversas experiencias pastorales. Bríndisi tiene la bendición de poder trabajar en la atención a los migrantes asiáticos y africanos, haciendo del oratorio una casa de acogida real.
También tuve la oportunidad de experimentar y conocer las dificultades por las que atraviesa la inspectoría, realidades que no son muy diferentes a las nuestras centroamericanas. Pienso que nuestra opción como salesianos, para revalidar y hacer significativa nuestra presencia, necesita comenzar por la comunidad, por construir relaciones fraternas sinceras y concretas.

El viaje a Kosovo fue una aventura. Tomé un barco en Bari a las once de la noche y llegué a Durrës, Albania, a las ocho de la mañana. Tuve que tomarme una pastilla para la náusea y poder dormir tranquilo. En el puerto me esperaban Oscar, salesiano de la India, y un joven de la obra, quienes me llevaron hasta Tirana, la capital.

Al llegar a la comunidad, me encontré con todos los hermanos que me esperaban para desayunar, un gesto que me pareció fantástico. Éramos un vietnamita, un albanés, un indio, un italiano, un kosovar (don Dominik, el director) y un chapín. Medio mundo representado. Me enseñaron la obra, me contaron anécdotas de su historia y a las once de la mañana salimos rumbo a mi nueva casa.

Llegamos casi a las seis. En la puerta me esperaba don Oreste, un italiano con una paz y serenidad que complementan la proactividad y la energía de don Dominik. Celebramos la eucaristía y fuimos a cenar. En la habitación me tenían preparadas las chaquetas gruesas y la ropa de lana para el frío.
Al día siguiente amanecí por primera vez en Gjilan. Fue un despertar diferente, con tantas ideas y ganas en el interior y, por si fuera poco, con temor. No había querido aceptarlo, pero creo que nunca había sentido tanta inseguridad y tanto temor.

Gjilan es un pueblo al sur de Kosovo, con una población en su gran mayoría musulmana conservadora (no extremista ni radical). Hay 23 católicos en todo el pueblo, y nosotros somos la única presencia católica. La obra comenzó hace dos años: un colegio con 130 alumnos de secundaria (16 católicos, casi todos de un pueblo vecino), en un proyecto que, como cosa rara, carece de fondos, pero no de la ayuda de la Divina Providencia.
Mi plan, por ahora, es estudiar el albanés. Tiene la misma estructura del latín (declinaciones y demás) pero una raíz distinta. Con los alumnos me comunico en inglés y con mis hermanos en italiano. Asisto los recreos y el tiempo de estudio por la tarde. La gran meta para mí será organizar la experiencia de verano (curso de vacaciones julio-agosto).

Algo que me llamó poderosamente la atención fueron las primeras preguntas de los muchachos: ¿Qué hago aquí? ¿Vine a hacerlos a todos católicos? ¿Por qué escogí este estilo de vida? Son preguntas que inmediatamente tocan la raíz y las motivaciones. Y son preguntas de las que necesito cuidar mucho la respuesta. Puedo echar a perder muchas cosas con una idea equivocada de la evangelización. No es conquista de fieles, sino testimonio de vida.

Es un hecho que no podemos comenzar las relaciones partiendo de la religión. Ellos están muy atentos a nuestros movimientos. Pero si hay algo con que los hemos conquistado y sorprendido, que de ningún modo lo esperaban, es la alegría y la amorevolezza. Está bien, no hablamos de religión, pero no pueden impedirnos amarles con alegría y esto los desarma. Cuánta razón tiene Don Bosco en esto.

El proyecto apenas está comenzando. Hay tantos jóvenes en Kosovo, una hermosa cantidad de muchachos. Y hace soñar el saber que algunos campos militares los están transformando en campus universitarios. Se pronostica un vasto campo de misión.

Mirupafshim!
(nos vemos/hasta luego)

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