ED1 Tu idilio con tu hijo terminó. El sismo adolescente derribó las serenas certezas de la infancia (los comunes afectos, los valores cultivados y la fe sembrada y aceptada con naturalidad) que parecen perdidas para siempre…

Hacia los quince años, con su carga de libertad y autonomía, empieza a mirar todo con ojos críticos. Sus heredadas convicciones y prácticas religiosas, puestas bajo la lupa de las dudas, contradicciones y exageraciones que dominan su espíritu, se transforman. “¿Por qué me bautizaron, si yo no podía dar mi opinión? ¿Qué diferencia existe entre creer en la resurrección y creer en la reencarnación? Todas las religiones valen lo mismo: lo importante es el amor. Una cosa es creer; otra muy diferente es aceptar ‘esa’ iglesia. ¿Para qué ir a misa si está llena de gente que habla muy bien pero no aplica lo que dice?... El infierno; eso es un invento para meternos miedo”. Aunque sientas la gravedad del momento, no dejes de apreciar la belleza del momento. Sobre tu perseverancia, que es como la firmeza de la roca del Evangelio, se edifica la nueva casa que resistirá todos los ataques.

La adolescencia es como la primavera: todo lo que fue sembrado y cultivado, comienza a florecer. El adolescente tiene su jardín privado donde germinan sus verdaderos pensamientos y su verdadera personalidad, al que se retira cerrándote la puerta. Déjalo: no lo fastiedies con recomendaciones y consejos; mejor espéralo en silencio. El encuentro con Dios es, siempre, misterioso y personal.

 

Parar hallar su propio lugar de encuentro con Dios, tu hijo adolescente necesita romper el cascarón de las prácticas religiosas, un poco “costumbristas”, un poco impuestas, un poco soportadas. Si durante la infancia te preocupaste de darle un buen mapa, seguramente encontrará el lugar. (Algunos verbos no funcionan en el modo imperativo: ¡Estudia!, ¡Lee!, ¡Reza!, ¡Ve a misa! Esas órdenes no actúan automáticamente).

 

Tu primera tarea: no dejar que enfrente solo sus primeras opciones frente a la vida. El quiere independencia, legítimamente, y no puedes seguir decidiendo por él. Pero tampoco desentenderte. Es el tiempo de acompañarlo con una mirada colmada de confianza y esperanza, para que pueda encontrar en ti una gran capacidad de diálogo, enriquecida por la coherencia entre tus convicciones y tus opciones. Si le ofreces estas seguridades, el diálogo sobre el hecho religioso, sobre la fe y las consecuencias que derivan de la vida, fluirá cálido y sereno, rompiendo ese hielo paralizante que impide crecer.

 

Entre la religión heredada y el salto al vacío. Del ejemplo recibido de ustedes, sus padres, de su capacidad de diálogo y de su coherencia el muchacho sabe quedarse con lo mejor. Este es el mejor de los casos, porque sigues ocupando un lugar importante de su corazón (aunque ambos crean que todo lo anterior se ha perdido). Sin embargo, rechazará tu religión,reprochándote sus exteriorizaciones huecas y sin relación con la vida, burlándose de los ritualismos, enfrentando las normas y las costumbres impuestas desde afuera.

 

Cuando la religión parece un chiste. Hay otros adolescentes que la pasan peor: aquellos cuyos padres les niegan el ambiente de diálogo necesario para crecer, y quienes descubrieron que en la niñez recibieron bonitos discursos de religión y de moral, que nadie sostiene con la vida.

 

Desde las seguridades bien estructuradas al ojo del huracán. Cuando era niño le bastaba una sola respuesta, que coincidía con la versión de sus padres. Ahora, mientras descubre que las respuestas son muchas y contradictorias, puede tomar retazos de creencias, adoptar costumbres, adaptar ritos y con ese collage, intentar construir su fe y su religión. Estas le representan mucho más que todo lo anterior, porque ha descubierto los grandes interrogantes de la vida presentados en términos filosóficos y religiosos: “¿Es posible ser feliz?, ¿Qué es lo más importante de la vida? ¿La religión y la fe pueden responderme ante mis problemas?”.

Las teorías y los discursos no sirven para nada. Tu hijo necesita compañía: alguien que lo reciba con discreción y le sirva como punto de referencia. A su lado puede descubrir que la belleza, la ternura y el gozo de vivir no se oponen con la fe, y que esta no queda desdibujada al confrontarse en la inteligencia.

 

 Es la única manera de revelarle que Jesús no es una especie de estatuita para adornar el pastel de la vida, sino una persona viva, que habla y que actúa. 

 

El progreso en la vida de fe es eclesial, por eso es importante que le animes a participar en actividades de servicio, junto a otros chicos de su edad. En el intercambio con quienes, como él, están en busca de valores de referencia, acompañados por animadores adultos, ellos viven una auténtica experiencia de Iglesia y de cristianismo. Su participación en un grupo juvenil eclesial significa que tu forma de estar presente en su educación humana y religiosa es distinta.

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