©Photography33 Es prácticamente inevitable que surjan conflictos en la vida familiar. Casi todos acaban, por desgracia, en rabia, lágrimas y portazos.

Y el problema que ha dado origen al conflicto queda, demasiadas veces, sin resolver.

Los conflictos en sí mismos no tienen nada de diabólico. Demuestran que los integrantes de la familia existen y son capaces de expresarse. Los conflictos pueden convertirse en un medio para progresar y renovar relaciones serenas. Son importantes para construir personalidades que sepan integrar y aceptar las diferencias. Son un buen entrenamiento para enfrentarse con la realidad. Con tal de que, naturalmente, produzcan un resultado positivo.
Los criterios que instintivamente adoptan los padres para resolver los conflictos con los hijos son de tipo autoritario (“!Haz lo que yo te digo, y basta!”), chantajista (“Hazlo por tu mamita”), permisivo (“Haz lo que te dé la gana; me tiene sin cuidado”). Se trata de “O gano yo o ganas tú”. Los hijos responden a la agresión con la misma agresividad. Pero la gente que lucha contra el fuego, de ordinario solo encuentra al final cenizas.

El arte de negociar
El arte de la negociación significa obtener un cambio de comportamiento sin pasar ni por la sumisión de los hijos ni por la renuncia de los padres.
Se trata de una mentalidad, de un modo de ser, no de un truquito para doblegar a los otros. Los elementos de este utilísimo arte son, sobre todo, los que detallo a continuación.

Encontrar tiempo y paciencia
Se trata de transformar el enfrentamiento en un problema que hay que resolver juntos. Encontrar tiempo para sentarse, hablar, dialogar, escuchar, no interrumpir la comunicación, encontrar caminos de salida honrosos. La diferencia entre un padre eficaz y los otros son los pocos minutos que se decide emplear, antes de actuar, para reflexionar sobre los objetivos que busca. Se debe imaginar la realidad hecha con soluciones, no con problemas.

Identificar lo no negociable y negociar lo negociable
Es esta una condición indispensable. Debe haber puntos consolidados, claros y bien explicados. Todos los que se refieren a la seguridad general, por ejemplo; pero también los grandes valores que son los pilares de la familia.
Rebajar el nivel de irritación y animosidad
Se trata de recordar que el objetivo no es declarar a uno vencedor y otro vencido. A veces, el esfuerzo más grande que deben hacer los padres consiste en elegir el mejor modo de dejar bien parado a su hijo.

Empezar comprendiendo la posición del otro
La parte más difícil de la negociación toca a los padres: aunque estén buscando una solución al problema deben, sobre todo, salvar la relación. Comprender la postura del otro significa darle la razón. Un clima positivo estimula la confianza. Si se sienten menos amenazados y, por tanto, menos vulnerables, los hijos se muestran también animados a revelar las motivaciones reales que los llevan a actuar de un modo determinado.

Aclarar las necesidades reales y las preocupaciones de los hijos
De ordinario los hijos no quieren portarse mal. Entran en conflicto con los padres para afirmar una mayor independencia, por motivos de justicia, para ser valorados, para conservar a los amigos, para quedar bien. Pero también lo hacen por miedo, por desaliento, por pereza. Los padres deben poner en claro las necesidades, las preocupaciones y los intereses de los hijos y esforzarse por pensar en cómo encontrar una solución que satisfaga a ambas partes.

Buscar la tercera vía
El convenio es una solución poco creativa, aunque con frecuencia parece la más factible. En la transacción, los dos contendientes perdonan algo. Un verdadero acuerdo, en cambio, apunta al máximo de ganancia para ambos. Es importante que los hijos participen en la elaboración de la solución: se trata de ampliar el campo, proyectar hipótesis, experimentar soluciones durante un tiempo limitado, recurrir a una tercera persona estimada por ambos, etc.

Aprovechar las pausas para consolidar el acuerdo
Una de las técnicas más eficaces consiste en formalizar los acuerdos en una hoja de papel. Les confiere un carácter solemne y reduce considerablemente ulteriores motivos de conflicto. Al mismo tiempo, es precisamente en los momentos de calma cuando se puede analizar los acuerdos y hacer todas las adaptaciones necesarias para conservar esa “paz” que es la gracia más grande de la familia.


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